Escríbale al autor

Falco Rivera
(
Lima, 1969)

 

Estudió Ciencias de la Comunicación. Actualmente se desempeña como fotógrafo de la revista r&T de El Comercio. Parte de su trabajo se encuentra en http://espanol.photos.yahoo.com/falcvs
Se ve influenciado por la obra de Stephen King, Lovecraft y del danés Sven Hassel. Sus proyectos editoriales, antes de una publicación impresa, se centran en crear una web con sus relatos.

 

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EL ACCIDENTE
(Tiempo estimado de lectura: 20')


Ya todo estaba a punto. La débil iluminación en la cabina favorecía la miríada de luces intermitentes de los controles y el destello de las diferentes pantallas de información. Faltaban cinco minutos para el viaje. Hicieron los últimos cálculos, oyeron las últimas órdenes, verificaron las coordenadas espaciotemporales fijadas con la excelente precisión del ordenador de desplazamiento, maravilla de la tecnología que no admitía error alguno de operación y que aseguraba el éxito absoluto de la misión. Los dos tiemponautas, uno un matemático el otro un historiador, ambos militares, aguardaban con impaciencia el momento de saltar a otro marco del Espacio-Tiempo.

No era su primer salto. Era el tercero que realizaban. Y el sexto para la ciencia humana.
Pero este tenía un interés especial.
Bastante especial.

En el viaje anterior Jürgens y Becker tuvieron como propósito averiguar las causas exactas de la mítica separación de las aguas en el Mar Rojo durante la salida de los primitivos israelitas de las tierras egipcias. Ni el matemático ni el historiador estuvieron preparados debidamente para lo que descubrieron.

"(21) Iba Yavé delante señalándoles el camino: iba de día en una columna de nube; iba de noche en una columna de fuego, iluminándoles para que caminaran de noche como de día. (22) Nunca se separó de ellos esta columna, ni en el día ni en la noche."

—Es imposible... —había murmurado Becker con voz temblorosa.

Jürgens, impresionado al principio, examinaba con su mente analítica lo que veía. Mudo, realizó un análisis exhaustivo con todos los censores de la nave. Luego de comprobar por enésima vez los resultados que arrojó la computadora interrogó con seriedad a Becker.

—Estamos en el tiempo y el lugar correctos, ¿cierto?

—Claro que sí. ¿Te das cuenta de lo que es... eso?
Jürgens no respondió. Después de un rato rompió el silencio con una voz en la cual se notaban tanto el asombro como el respeto, envueltos por una sombría inquietud.

—De día una columna de nube, de noche una columna de fuego… y esa columna… Una gigantesca nave aérea, un ingenio artificial, una creación tecnológica de una ciencia que va más allá de la nuestra.

"(19) El Ángel de Dios iba por delante de los israelitas, y se poso detrás de ellos, la columna de nube vino a estar detrás, (20) interponiéndose entre los israelitas y los egipcios. Era la nube para unos las tinieblas y para otros iluminaba la noche. La nube impidió que los ejércitos tengan contacto."

—Me pregunto quiénes serán los poseedores de esa tecnología.

—¿Cómo vamos a saberlo? —Becker empezó a realizar una nueva serie de análisis de la enorme nave.

—Podríamos intentar un contacto —Jürgens se recostó en la butaca y le dirigió a su compañero una intrigante mirada.

—No, no, no, muy arriesgado.

—¿Muy arriesgado? ¿Pero por qué?

—Jürgens, deja a un lado los criterios militares que ya siento en lo que dices el interés práctico por ese ingenio volador y escúchame bien: quienes quiera que estén controlando esa ciclópea nave se están haciendo pasar por una deidad, por aquello que en nuestro mundo algunos llaman Dios, o por lo menos eso es lo que creo, y estoy seguro que eso es lo que creen los pobres bastardos que están allí abajo, y sea quién sea o sea lo qué sea los está protegiendo y los hará cruzar el mar, no sé cómo pero lo hará, así está escrito en el Antiguo Testamento, y si hago caso a la historia mítica judeocristiana, que conozco muy bien, debo suponer que existe un plan definido para con esas personas y sólo necesitas leer el Libro de los Libros para darte cuenta de la inmensidad de la obra y del poder de quien quiera que sea. ¡Y qué estupidez es esa de establecer contacto! Somos observadores, no tenemos derecho alguno de interferir en el curso de... ¡la Historia! Si nos detectan, si es que no lo han hecho ya, quién sabe qué cambiaríamos, si es que ya no hemos cambiado algo. Un contacto va en contra de todas las directivas de esta misión. Sería una irresponsabilidad, Jürgens, con consecuencias… Oh, no lo sé, demonios. Lo veo, los instrumentos lo ven, y aún no puedo creerlo.

—Entonces, tienes miedo, ¿eh?

—¡Sí, y qué!

"(21) Moisés extendió su mano sobre las aguas. Y Yavé sopló durante toda la noche un viento Fuerte del Oriente, y se secó el mar. (22) Las aguas se dividieron. Los israelitas pasaron en seco, en medio del mar; a izquierda y derecha las aguas les hacían de murallas."

—¡Fantástico!

—Aún no puedo creerlo.

Como en las misiones anteriores registraron en las computadoras de la nave todo lo que vieron, todo lo que pudieron oír y todo lo que analizaron: la nave aérea, la separación de las aguas del Mar Rojo, los miles de hombres y mujeres que escapaban de Egipto, la destrucción del ejército de Faraón. Después de estudiar los reveladores y casi increíbles informes de la misión los mandos encargados de las expediciones a otros marcos espaciotemporales no pudieron quedar más asombrados (aunque para unos pocos lo que presenciaron sólo fue la confirmación de algo largamente sospechado). Y pudo más la inherente curiosidad humana que las advertencias lógicas de cierto historiador quien, pese a todo, decidió embarcarse en la sexta misión.

Era un plan ambicioso: estudiar los acontecimientos que rodearon la entrega del Decálogo, analizar a fondo la naturaleza y características de la extraña nave, tratar de develar el misterio de sus ocupantes y, si los había, intentar establecer contacto con ellos. Y aunque esto era un auténtico sacrilegio dentro de las estrictas normas de los viajes en el Tiempo todos los riesgos fueron estudiados con minuciosidad, elaborándose diferentes planes de acción con directrices lo suficientemente estrictas para evitar una catastrófica desviación de la Historia.

Ahora regresaban.

—Dos minutos para el salto.

—Roger.

—Un minuto para el salto. ¡Buena suerte, muchachos!

—Roger. Gracias, control.

"(9) Y dijo Yavé a Moisés: Yo vendré a ti en medio de una nube espesa para que así oiga el pueblo cuando hable Yo contigo y tenga fe para siempre en ti. (10) Yavé dijo a Moisés: regresa donde el pueblo y haz que se purifiquen hoy y mañana; que laven sus ropas (11) y prepárense para pasado mañana, porque Yavé bajará a vista de todos, sobre el monte Sinaí."

La nave de armoniosas líneas curvas y fuselaje plateado se elevó a tres metros de la superficie. El mecanismo de ocultamiento se activó, haciéndola invisible a la vista del equipo de tierra. Se encendieron los diversos escudos de esterilización y protección del vehículo y este ascendió con una velocidad vertiginosa hasta los mil metros de altitud, deteniéndose en ese punto.

Los pilotos esperaron con ansiedad la ya familiar y ahora nada molesta sensación de caída que indicaba la ejecución instantánea del salto pues, dado que todas las ventanas de observación estaban cerradas y no se podían usar las cámaras de video hasta encontrarse en el nuevo marco de referencia espaciotemporal, esa era la única indicación física con que contaban para saber si el viaje se había llevado a cabo. Aunque, claro, siempre estaba la luz verde del tablero.

Diez segundos...

"(16) Al día tercero, cuando amanecía, una espesa nube cubrió el monte…"

...tres segundos; dos segundos; un segundo; ¡cero!

—Cero, efectuando salto.

Ambos experimentaron algo así como un momentáneo y veloz descenso al infinito, sus cuerpos y mentes elevándose en la nada, mientras que todos los átomos constitutivos del vehículo y sus ocupantes se orientaban hacia el pasado y "desaparecían" del presente, dejando tras de sí el ensordecedor estampido de una implosión atmosférica.

La luz verde se encendió.

Salto realiza…

Una violenta sacudida casi despide a Jürgens de la butaca. Becker aferró los controles de navegación con toda la fuerza que pudo.

—¡Qué diablos…!

La iluminación de la cabina se tornó rojiza y docenas de luces y sonidos comenzaron a delatar una emergencia desconocida. Jürgens tomó sus mandos, un sudor frío le inundó la frente, dio un rápido vistazo a la pantalla de información que tenía a la derecha pero esta era un todo de rayas e interferencia.

—¡Pasar a control manual, pasar a control manual...!

La nave volvió a sacudirse, como si un mazo gigantesco la hubiera lanzado contra un muro de concreto.

—¡Qué pasa! —gritó Becker, con sus controles a punto de escapárseles de las manos.

Entonces, a pesar de estar en un ambiente insonorizado, escucharon una explosión ensordecedora.

"…hubo sobre el monte truenos y relámpagos; hubo un sonido muy fuerte de cuerno."

—¡Todas las defensas están activadas! -Becker tenía que hacer un esfuerzo enorme por mantener la nave estable- ¿¡Daños!?

Jürgens presionó su pantalla, que ahora funcionaba correctamente.

—¡Estructura interna sin daños, estructura externa al cien por cien, fallas detectadas cero, todos los sistemas operativos!

Una nueva explosión, esta menor que la primera, fue seguida de ligeros retumbos en el exterior, y otra violenta sacudida casi los desprende de los cinturones de seguridad que los sujetaban a las butacas. Becker se dio cuenta de que la nave se iba en picada y se le cortó la respiración.

—¡Cambiar a control asistido, cambiar a control asistido...!

—¡Cambiado!

Y Jürgens, en un atisbo que no duró más de un segundo, leyó algo en la pantalla de información que le congeló los huesos.

"Es imposible… ¡oh, no…!"

—Hacia arriba, Becker, hacia arriba -dijo con la voz casi quebrada.

—¡Pero no sabemos si…!

—¡Hacia arriba, maldición, hacia arriba!

La computadora de vuelo empezó a trabajar para compensar cualquier error de navegación mientras que los dos hombres maniobraban la nave cogiendo con fuerza los controles.

"En el campamento todo el pueblo temblaba."

Los hijos de Israel estaban muy impresionados. Muchos de ellos delataban con sus temblores el profundo temor que sentían ante la tremenda manifestación de Yavé. La montaña estaba envuelta en humo, y los destellos luminosos como el relámpago rompían la negrura de la humareda, y el retumbar de los truenos resentía los tímpanos, y el fuego ascendía en extrañas bolas y hongos flamígeros, y se aterrorizaban por igual hombres, mujeres, niños y bestias. Ni siquiera Moisés, quien era amigo del Señor, dejaba de sentir miedo ante el poder del Dios de Israel.

"(17) Y Moisés les hizo salir del campamento para ir hacia Dios. Y se detuvieron al pie del monte. (18) El Sinaí entero desprendía humo, pues Yavé había bajado en medio del fuego. El humo subía como un horno, y todo el monte se sacudía con violencia."

El vehículo ya se encontraba estabilizado. Los tiemponautas revisaron los instrumentos, comprobando el perfecto funcionamiento de cada uno de ellos. Las defensas externas de la nave habían trabajado de manera más que excelente.

—¿Qué es lo que pasó… qué falló? —Becker inició un rápido diagnóstico del viaje. Antes de ver los resultados Jürgens lo cogió del hombro.

—El ordenador de desplazamiento cometió un error.

Becker se quedó con la boca abierta y el cerebro en blanco. No podía admitir algo semejante

—¿Cómo… cómo pudo ser?

—No creo que eso importe ahora, ha pasado algo mucho peor

—Jürgens activó las pantallas de video—. Yo… no estamos donde deberíamos. Mira.

A Becker se le contrajo el rostro al ver el dantesco espectáculo que estaba bajo ellos. Desabrochó el cinturón de la butaca y se levantó con lentitud. Jürgens hizo lo mismo mientras manipulaba las cámaras por control remoto, moviéndolas para tener una visión completa del panorama. Todo lo que se observaba era una negrura que ascendía sobre llamas de tamaño descomunal. Pulsó un botón y los sellos de las ventanas de la cabina se abrieron dejando entrar una opaca luz diurna. Pudieron contemplar con sus propios ojos lo que a primera vista les pareció un extenso campo oscuro y ardiente en la superficie, como si alguien hubiese rociado petróleo a diestra y siniestra, todo cubierto con espesas nubes de humo negro que se elevaban envolviendo las montañas. Inexplicables explosiones ocasionaban lenguas de fuego de decenas de metros de altura. Durante varios segundos permanecieron de pie y ninguno de los dos dijo palabra alguna.

Jürgens vio los datos temporales y geográficos de localización. La angustia que esto le produjo lo obligó a verificar las cifras. Los datos arrojados eran correctos. Se sentó en la butaca y contempló las pantallas de video, totalmente ausente.

Becker se sentó, trataba de analizar lo que sus ojos veían para comprenderlo con coherencia. ¿El ordenador había fallado? ¿Entonces en dónde demonios habían caído, en el cráter de un volcán, en un extraño lago de petróleo ardiente, en algún fenómeno natural desconocido para ellos?

"(19) El sonido del cuerno era cada vez más potente…"

Moisés y algunos cientos de osados israelitas escuchaban la voz de Yavé, que les advertía sobre su poder. Unos sacerdotes se acercaron al liberador.

—Moisés, te hemos seguido a ti y al Señor, Yavé, bendito sea Su nombre, todas estas jornadas por el desierto, buscando la tierra que Él nos prometió. Sólo tú has hablado con Él, y sólo a ti te escucha. Ve, Moisés, arriba, y pídele que deje de asustar a sus hijos, pues ya hemos conocido Su poder y le tememos.

El patriarca miró con furia al sacerdote, y le respondió:

—¿Quién te crees tú, viejo sacerdote, al pedirme que haga semejante cosa? Has de saber que Yavé no puede ser mandado por ningún mortal, pues Él sabe como nadie lo que ha de hacerse, y sólo Él decidirá cuándo dejar de manifestar su poder ante sus escogidos, pues sólo si en verdad le temen serán dignos de Su divina protección. ¡No quieras que Su ira caiga sobre ti!

Y muy atemorizados los sacerdotes se retiraron.

Moisés encaró a los israelitas, diciéndoles:

—Vean aquí a Yavé, quien los ha elegido como su pueblo. Contemplen su gran poder y sean temerosos ante Él, y Él nos guiará a una tierra fértil y será nuestra hasta el fin de los tiempos.

Y la montaña se estremeció. Y lenguas enormes de fuego asomaron por su cumbre.

—¡Señor, mira a tus siervos aquí reunidos, enséñales Tu Gloria!

Un tremendo estampido atronó por encima de los israelitas.

—¡Es Yavé, bendito sea Su nombre, el que habla!

Unos caían de rodillas, otros se ocultaban el rostro. Y todos alabaron al Dios de Israel.

"…Moisés hablaba y Dios le contestaba con su trueno."

—¿Dónde vinimos a caer…? ¿Jürgens, dónde estamos?

—La respuesta está en tu pantalla —respondió con hosquedad.

Becker leyó las coordenadas espaciotemporales. La hora, diurna y no nocturna. La fecha, varios días después de la establecida. El lugar, un sitio por completo desaconsejado...

—No puedo creerlo…

La hora… la fecha…

—¡Cómo mierda es posible que esto halla…!

El lugar…

—No, no puede ser posible que…

¡El lugar!

Durante lo que le quedó de vida el rostro de Becker nunca volvería a ponerse tan blanco. Jürgens se levantó, se paró detrás de las butacas de vuelo y se encogió de hombros. A pesar de esta imagen despreocupada tenía ganas de cortarse las venas.

—Nos materializamos en el interior de algo, y ese algo… ¡Pom! La fuerza del desplazamiento dinámico destrozó ese algo.

Becker dirigió su mirada otra vez al infierno de abajo. El fuego parecía crecer a cada momento y ahora notaba que se consumían enormes estructuras metálicas.

—Ese algo reaccionó violentamente y se hizo pedazos, estalló. Creo que era, que es... —Jürgens sintió un mareo y tuvo que sostenerse con ambas manos del apoyacabezas de la butaca- Creo que es la misma nave... La misma nave que vimos sobre el Mar Rojo.

Becker se llevó las manos a la cabeza y se desplomó en la butaca.

—La nave… ¿Tendría tripulantes, seres vivos?

—¿Quién sabe? —Jürgens cerró los ojos—. Cuando se extinga ese infierno haremos un análisis del desastre.

Un escalofrío penetrante y doloroso sacudió a Becker. Jürgens continuó, pausado.

—¿Extraterrestres? ¿Intraterrestres? ¿Supervivientes de una civilización anterior? ¿Habitantes de otro marco dimensional? ¡Quién sabe! Pero una cosa es segura, Becker, hemos destruido a… Dios. Piensa, Becker, hemos hecho mierda toda la jodida Historia.

Becker tuvo un acceso de náuseas que contuvo con mucho esfuerzo. Incontables sensaciones se apoderaron de su cabeza, la cual pareció dar vueltas sin parar. Sus rodillas temblaron. Era algo monstruoso. Se sentó y se cubrió el rostro con las manos. ¿Tendrían ellos la culpa? Cualquier error, cualquier falla, cualquier culpa había sido del infalible ordenador de desplazamiento. Lo imposible, lo que los técnicos y la ciencia del siglo XXI aseguraron que nunca sucedería había sucedido.

—Te imaginas, Becker, lo que va a suceder, las consecuencias de este patético accidente serán desastrosas, si es que no lo son ya.

Consecuencias de tal magnitud, pensó el historiador, que cambiarían por completo el desarrollo conocido del género humano creando una nueva Historia. Un crimen sin nombre ante el cual, estaba seguro, no podría tranquilizar su conciencia. Se pasó las manos por la cabeza. Después se las miró, miró las manos que habían destruido la Historia, las manos que... Manos que aún

—Es raro —dijo sin quitar la vista de sus palmas— estar aquí… Estar aquí. ¡Jürgens!

Este levantó la cabeza y observó el contraído rostro de su compañero.

Becker, mordiéndose el labio, dudó si debía continuar.

La idea había surgido de un momento a otro.

La idea era inmoral, según su punto de vista.

Pero a pesar de la inmoralidad que significaba su puesta en práctica no se le ocurría, en ese instante y en ese lugar y en esas circunstancias, otra opción. Después de todo el delicado velo del continuo ya había sido modificado. Modificado, pero no anulado. Y regresar al pasado no remediaría lo que ya estaba hecho. La idea era, por el momento, la única salida lógica… totalmente repulsiva, pero la única solución inmediata.

—Podemos poner remedio a esto.

Un brillo de ansiedad despertó en los ojos de Jürgens.

—Sí, aquí, en este momento, tenemos todo, todo lo necesario para hacerlo. Por ahora. ¿Entiendes?

Después de un instante, Jürgens lo entendió.

El asombro y la repulsión se mezclaron en él rechazando tan descabellada salida.

—¿¡Estás loco!?

—¡No hay elección!

Jürgens se recostó en el asiento, cerró los ojos, trató de reordenar su juicio y analizar la situación tal y como se lo habían enseñado en la escuela de oficiales: con frialdad y amplitud de ideas.

Y tuvo que aceptarlo.

Con una aversión visceral, pero tuvo que aceptarlo.

—¿Y después? —preguntó.

—¿Después? —Becker no tenía respuesta para eso, pero no era momento para preocuparse por el después, importaba el ahora- Ya veremos.

Aarón se acercó a Moisés, quien seguía hablando con Yavé. Moisés, al verlo, lo trajo a su lado.

—Mira, Aarón, al Señor de Israel. ¿Qué enemigo no temerá a su poder?

—Es cierto, nadie habrá que se atreva a hacerle frente.

El Sinaí seguía envuelto en la nube de Dios, y Su voz se escuchaba en todo el desierto.

La nave, con el sistema de ocultamiento activado, se elevó sobre los montes y se detuvo cuando los tiemponautas pudieron localizar el gentío al pie de los mismos. Luego descendió hasta el nivel de la montaña principal, cubierta de humo y algunos restos encendidos. En ese momento se desactivó el sistema de ocultamiento y la nave se hizo visible a los ojos del pueblo escogido. El pulido metal plateado de su fuselaje circular brilló espléndidamente con los rayos del sol y reflejó el rojo de las llamas que persistían en el monte.

Moisés y Aarón vieron asombrados la Gloria de Yavé, y se regocijaron por esta visión. Los israelitas también vieron a Yavé y tuvieron mucho temor de su luz cegadora. Muchos se postraron en tierra y comenzaron a alabarle.

Moisés gritó: "¡Ve, pueblo de Israel, ve la Gloria de Yavé, contémplala para que después cuenten a las generaciones por venir que Yavé se apareció en el Sinaí y que sus elegidos le vieron!"

"(20) Yavé descendió envuelto de Gloria, en la cumbre del Sinaí, y supo así Moisés que quería verle. Y Moisés subió hasta la cumbre."

 

 

© Falco Rivera, 2004 descargar pdf

 

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