Museo de Arte Contemporánea (MAC), Niterói, Brasil.

Si ya ha pasado tanto tiempo y el Perú u otros países no han realizado un encuentro con Brasil, ¿sucederá esto alguna vez? Para la mayoría de los países andinos Brasil recién comienza al otro lado de la cordillera y los únicos que tienen relación con él son las ciudades fronterizas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Desconocimiento del Brasil (Crónica)

por Mario Granda Rangel
 
 

Una ciudad de veinte millones de habitantes, con quince líneas de metro, museos, universidades, industrias, con treinta mil personas que llegan cada mes y diez mil casas que se construyen en el mismo periodo de tiempo. El centro de la ciudad, con sus negocios, sus cabinas de internet, sus galerías, sus ambulantes y el calor del mediodía. Al pie de la Catedral de Sé se encuentra la Plaza de Sé, una explanada arbolada que alberga vendedores, gacetilleros y muchedumbres convocadas por apóstatas, compradores de oro o malabaristas de fútbol. Oscuras, las lanchonettes ofrecen embutidos salados, sodas y jugos, el pequeño almuerzo del peatón que ha decidido tomar un descanso. Ningún paulista, dicen los paulistas, conoce Sao Paulo completamente, pero todos la aman.

Brasil es el país de las grandes ciudades, el de las películas, el de las minas de oro en medio de la selva amazónica. Solo necesitamos mencionar su nombre para que todas estas ideas vengan a nuestra mente. Pero al mismo tiempo, y por esta misma razón, este es todavía un país lejano, un país siempre deseado pero nunca conocido.

Uno de los caminos para llegar a Brasil desde el Perú es la ruta de Bolivia. El recorrido de La Paz hasta Santa Cruz de la Sierra, la capital del estado oriental de Santa Cruz, se hace en veinte horas de viaje en autobús. Se cruza aquí la cordillera, tal vez en su nudo más extenso —llamado "la siberia" por la densa neblina— para luego bajar a la llanura, el comienzo del Chaco boliviano. De Santa Cruz parte el tren de la Ferroviaria Oriental, que en otras veinte horas llega a Puerto Quijarro, el último pueblo boliviano. Y ya en Corumbá, la primera ciudad brasilera, los paneles de las compañías de autobuses -o ónibus- muestran los nombres de Rio, Sao Paulo, Brasília o Belo Horizonte, los nombres que hace tanto queríamos ver. En el camino ya no encontraremos más cordilleras o montañas sino una sabana verde, extensa, interminable, el ingreso a la tierra de los bandeirantes.

Cuando en el Perú hablamos de "Latinoamérica", nos referimos a todos los países hispanoamericanos —esto es, a todos los países de lengua española— y también a Brasil. Razones geográficas —como la Amazonía— e históricas —la conquista europea, la colonia, los gobiernos militares y las reformas democráticas— dan cuenta de ello y no hay motivo para ponerlo en duda. Sin embargo, estos lazos no son sino los lazos tradicionales, que si bien son verdaderos no nos dicen mucho de la cultura de este país. Por lo tanto, la literatura, la música o la política quedan de lado, y pareciera que al decir "Latinoamérica" nos refiriéramos solo a los países hispanohablantes. Excepto algunas relaciones formales, sobre todo económicas y algunas académicas, la relación entre este país y los países hispanohablantes aún dista mucho de lo cercano.

Si ya ha pasado tanto tiempo y el Perú u otros países no han realizado un encuentro con Brasil, ¿sucederá esto alguna vez? Para la mayoría de los países andinos Brasil recién comienza al otro lado de la cordillera y los únicos que tienen relación con él son las ciudades fronterizas. Iquitos y Puerto Maldonado en el Perú, Santa Cruz en Bolivia o Ciudad del Este en Paraguay pueden dar cuenta de esto. También, y como si fuera poco, estamos más interesados en saber inglés —o francés o alemán—que portugués. El portugués "es parecido al español" y tal vez por esto no es necesario aprenderlo. Pero también en Brasil encontramos cierta distancia respecto a sus países vecinos.

Brasil es un país que funciona y se alimenta por sí mismo, cuya política y economía no está dirigida sino al máximo desarrollo de sus capacidades. El brasilero tiende la mirada a su propia cultura y no conoce ni se pregunta por lo que pasa en otros lugares. Por eso, cuando viajamos, creemos que hemos llegado a un lugar que es la excepción a "nuestra Latinoamérica". Una vez que cruzamos la frontera ya se está hablando en portugués —solo portugués— y los objetos y las personas se ven, se tocan y se dicen en portugués. No hemos tomado un avión, no hemos cambiado de continente, pero caemos en cuenta de que Latinoamérica no es solo española. Nos sentimos dentro de una telenovela brasilera y esperamos encontrar a alguien con quién comunicarnos... Pero el brasilero que no sabe español no tratará de hablar en un idioma que no conoce.

Sao Paulo y Rio de Janeiro son las ciudades más grandes de Brasil. Modernas líneas de metro, estadios multitudinarios, aviones que despegan y aterrizan constantemente, son dos núcleos culturales y económicos a menos de seis horas de distancia. De Sao Paulo, dada su magnitud, podría decirse que es la Nueva York de Sudamérica, y ejerce una gran atracción sobre los brasileros. Las personas que quieren continuar y desarrollar su carrera —sea esta empresarial, artística o universitaria— parten de todos lados y tratan de participar de esta gran ciudad a la que le expresan su mayor admiración. Rio, por otro lado, es la ciudad cosmopolita, melancólica, bella.

Antigua capital de Brasil, el centro guarda la historia brasilera del imperio y de comienzos del siglo XX. Junto a los altos edificios se encuentra la Biblioteca Nacional, el Teatro Municipal y la Catedral Metropolitana. Camino a las playas se encuentra la Lapa, antiguo barrio popular, y el Jardín Botánico, abierto en la época del rey Joao VI. Al parecer, es recién desde hace unos años que el gobierno se ha interesado por impulsar los centros culturales, y así encontramos muchos museos, conciertos, presentaciones musicales, parques de recreo. La educación es considerablemente más barata que en el Perú —tanto desde el punto de vista público como privado— y las familias no tienen que velar por los colegios y las universidades. Solo los jóvenes, cuando terminan el colegio, tienen que pasar por el "curzinho" —el equivalente a la academia pre-universitaria en el Perú— para poder prepararse para el examen de admisión de la universidad.

En Sao Paulo está el Museo de Arte de Sao Paulo (MASP), que da a la avenida Paulista, la avenida principal de la ciudad. En Niteroi, la ciudad gemela de Rio, está el MAC, Museo de Arte Contemporánea, que se encuentra en un moderno edificio de Óscar Nemeyer.

Un viaje no es suficiente para conocer todas las ciudades o regiones brasileras que quisiéramos conocer. Tampoco a las personas. Pero una visita es suficiente para sentir que lo que antes estaba cerrado, misteriosamente ausente, ahora es parte de nuestra memoria. Creo que Brasil es el lado desconocido de Latinoamérica, ese lado que, por razones históricas y culturales, está lamentablemente alejado. El contacto que ya existe en las fronteras —y más allá de acusar la influencia "invasora" brasilera, en vez de la poca presencia del estado en estos lugares— debe reconocerse en las capitales e incluso incentivarse. Brasil es un país que padece muchos de los problemas de sus vecinos, tales como la pobreza y el desorden político. Pero también ofrece alternativas y muchas de estas están desaprovechadas. Si creemos que se puede hacer un acercamiento, lo que hay que hacer es viajar, buscar, hablar (¿portugués, español, portuñol?): conocer al otro latinoamericano, el brasilero.

© Mario Granda Rangel*, 2004 descargar pdf

 

(*) Mario Granda Rangel (Londres, 1978)

Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue director de la revista Cántaro y actualmente forma parte del comité editorial de El Hablador. Se desempeña como docente en el colegio Recoleta y en la Universidad Federico Villareal. Ha participado en diversos coloquios de literatura peruana y latinoamericana.

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