En
estos años complejos en los que Europa, remedando
un rancio eslogan franquista, va camino de convertirse
en una unidad de destino en lo universal, no deja
de sorprender lo poco y mal que conocen los europeos
la cultura de sus vecinos. Y no hablo de la cultura
del café au lait, el chucrut,
el Real Madrid o el coliseo romano. Me refiero a la
cultura que se hace día a día, y que
si bien imbrica más de lo que parece (sorprende
dar un repaso a los canales de satélite y encontrar
exactamente el mismo concurso televisivo en cinco
idiomas diferentes), a la vez es tan lejana que en
ocasiones parece como si viniera de un planeta perdido
en el otro extremo de la galaxia.
Y
esto, en el caso de que llegue. Sólo las manifestaciones
más sencillas de exportar, las musicales, y
en parte las visuales, tienen un camino más
cómodo que la literatura. Con todo, resulta
exactamente igual de exótico un canal de televisión
francés dedicado en exclusiva a la música
francesa que uno japonés dedicado en exclusiva
a la música japonesa. La cercanía geográfica
no hace que exista un contacto inmediato entre estas
culturas cotidianas. Obviamente, por capilaridad,
algunas manifestaciones consiguen abrirse paso con
más dificultades que ayudas de un país
a otro y algunas de ellas se han hecho, más
que propiamente europeas, universales, y se extienden
no como cultura europea por sí misma, sino
como patrimonio de la humanidad (o de las multinacionales,
según se vea), lo que no deja de ser bueno,
pero dice bien poco de la transmisión de ideas
entre los países de la vieja Europa.
¿Cuáles
pueden ser las causas de esto? Indudablemente, el
mosaico de lenguas que se habla desde Finisterre hasta
los Urales. Si hoy en día resulta sencillo,
y relativamente barato, contratar los servicios de
un traductor de inglés, hay que rebuscar un
poco más y pagar algo más de dinero,
no mucho, por un traductor de francés, alemán
o italiano. Y a partir de ahí a la aventura.
Conozco personalmente traductores de inglés,
francés, alemán e italiano, ¿pero
de húngaro, sueco, finés o ruso? De
haberlos los hay, por supuesto, pero sus servicios
se pagan a buen precio y, debido a la acumulación
de trabajo, tampoco se garantizan unos plazos de entrega
razonables.
Paradójicamente,
las últimas corrientes migratorias pueden modificar
de forma notable esta situación. Ahora es fácil
encontrar, por ejemplo en Madrid, gran número
de polacos, búlgaros, rusos, ucranianos, etc.,
que han venido a España a trabajar, huyendo
de las duras condiciones económicas de sus
países de origen, de igual modo que muchos
españoles hicieron otro tanto en los años
cincuenta y sesenta con destino a Francia y Alemania.
Probablemente entre ellos no existan precisamente
muchos licenciados en filología hispánica,
pero seguramente sí gente con una sólida
formación que se pueda reconvertir en algún
momento o sacar algún dinero gracias al idioma
(a la fuerza ahorcan) recién aprendido.
Además,
todos estos movimientos de gente ayudan más
a la capilaridad de la cultura que ninguna otra disposición
oficial o las buenas (y probablemente vacías,
mi confianza en los políticos es nula) intenciones
de los ministros del ramo. Cada vez es más
frecuente encontrar a gente en el metro o en los trenes
de cercanías leyendo libros en apretada escritura
cirílica, o revistas con perfectos caracteres
latinos dispuestos de forma imposible. Está
dentro de lo probable que el libro sea la traducción
al búlgaro de la última novela de John
Grisham y la revista hable de las andanzas de Tom
Cruise y Pe , pero también es posible que el
libro sea la nueva novela de ciencia ficción
de una prometedora revelación rusa y la revista
un especial de la edición polaca de Asimov's
Science Fiction dedicado en exclusiva a autores
locales.
Babilonia
europea
Tan
lejos y tan cerca, pues bien, ése es el problema
general de la cultura europea en general y la ciencia
ficción en particular. Más allá
de discursos grandilocuentes y grandes declaraciones
de principios, la disparidad de lenguas que se habla
en Europa hace muy difícil, a no ser que, poderoso
caballero es don Dinero, haya ciertas garantías
para los editores de recuperar la inversión
y que exista un auténtico conocimiento de lo
que se hace más allá de las fronteras
idiomáticas de turno.
No
es, desde luego, impermeabilidad absoluta. Insisto
en que la capilaridad existe, y de cuando en cuando
llegan ejemplos de lo que se hace en unos países
u otros. Sin embargo, y a nivel general, el desconocimiento
es total. A la pregunta de "dígame
usted un autor actual de ciencia ficción francés,
uno alemán y otro italiano", el desconcierto
e ignorancia del aficionado serán notables.
A no ser que por unas u otras circunstancias tenga
conocimientos de alguno de esos idiomas o una notable
memoria, será incapaz de citar uno por nacionalidad.
Ya
extenderse en una disertación sobre el estado
del género en cualquiera de esos países
sólo está al alcance de expertos "muy
expertos", a los que, con todo, antes habrá
que dejar un tiempo razonable de investigación.
Es lamentable, pero en España resulta más
sencillo seguir las novedades editoriales anglosajonas
(Inglaterra es Europa, pero goza de la ventaja omnipotente
del inglés) que enterarse de lo que se publica
en Italia, y no porque la información no esté
disponible en estos tiempos de Internet eso
ya no es problema, sino porque nadie que sepa
italiano y esté interesado en la ciencia ficción
haga de cuando en cuando una descubierta por las webs
italianas del género y transmita las novedades.
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