A la pregunta de "dígame usted un autor actual de ciencia-ficción francés, uno alemán y otro italiano" el desconcierto e ignorancia del aficionado serán notables. A no ser que por unas u otras circunstancias tenga conocimientos de alguno de esos idiomas, o una notable memoria, será incapaz de citar uno por nacionalidad

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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La galaxia heterogénea: Ciencia Ficción europea

Francisco Suñer Iglesias
 
 

En estos años complejos en los que Europa, remedando un rancio eslogan franquista, va camino de convertirse en una unidad de destino en lo universal, no deja de sorprender lo poco y mal que conocen los europeos la cultura de sus vecinos. Y no hablo de la cultura del café au lait, el chucrut, el Real Madrid o el coliseo romano. Me refiero a la cultura que se hace día a día, y que si bien imbrica más de lo que parece (sorprende dar un repaso a los canales de satélite y encontrar exactamente el mismo concurso televisivo en cinco idiomas diferentes), a la vez es tan lejana que en ocasiones parece como si viniera de un planeta perdido en el otro extremo de la galaxia.

Y esto, en el caso de que llegue. Sólo las manifestaciones más sencillas de exportar, las musicales, y en parte las visuales, tienen un camino más cómodo que la literatura. Con todo, resulta exactamente igual de exótico un canal de televisión francés dedicado en exclusiva a la música francesa que uno japonés dedicado en exclusiva a la música japonesa. La cercanía geográfica no hace que exista un contacto inmediato entre estas culturas cotidianas. Obviamente, por capilaridad, algunas manifestaciones consiguen abrirse paso con más dificultades que ayudas de un país a otro y algunas de ellas se han hecho, más que propiamente europeas, universales, y se extienden no como cultura europea por sí misma, sino como patrimonio de la humanidad (o de las multinacionales, según se vea), lo que no deja de ser bueno, pero dice bien poco de la transmisión de ideas entre los países de la vieja Europa.

¿Cuáles pueden ser las causas de esto? Indudablemente, el mosaico de lenguas que se habla desde Finisterre hasta los Urales. Si hoy en día resulta sencillo, y relativamente barato, contratar los servicios de un traductor de inglés, hay que rebuscar un poco más y pagar algo más de dinero, no mucho, por un traductor de francés, alemán o italiano. Y a partir de ahí a la aventura. Conozco personalmente traductores de inglés, francés, alemán e italiano, ¿pero de húngaro, sueco, finés o ruso? De haberlos los hay, por supuesto, pero sus servicios se pagan a buen precio y, debido a la acumulación de trabajo, tampoco se garantizan unos plazos de entrega razonables.

Paradójicamente, las últimas corrientes migratorias pueden modificar de forma notable esta situación. Ahora es fácil encontrar, por ejemplo en Madrid, gran número de polacos, búlgaros, rusos, ucranianos, etc., que han venido a España a trabajar, huyendo de las duras condiciones económicas de sus países de origen, de igual modo que muchos españoles hicieron otro tanto en los años cincuenta y sesenta con destino a Francia y Alemania. Probablemente entre ellos no existan precisamente muchos licenciados en filología hispánica, pero seguramente sí gente con una sólida formación que se pueda reconvertir en algún momento o sacar algún dinero gracias al idioma (a la fuerza ahorcan) recién aprendido.

Además, todos estos movimientos de gente ayudan más a la capilaridad de la cultura que ninguna otra disposición oficial o las buenas (y probablemente vacías, mi confianza en los políticos es nula) intenciones de los ministros del ramo. Cada vez es más frecuente encontrar a gente en el metro o en los trenes de cercanías leyendo libros en apretada escritura cirílica, o revistas con perfectos caracteres latinos dispuestos de forma imposible. Está dentro de lo probable que el libro sea la traducción al búlgaro de la última novela de John Grisham y la revista hable de las andanzas de Tom Cruise y Pe , pero también es posible que el libro sea la nueva novela de ciencia ficción de una prometedora revelación rusa y la revista un especial de la edición polaca de Asimov's Science Fiction dedicado en exclusiva a autores locales.

Babilonia europea

Tan lejos y tan cerca, pues bien, ése es el problema general de la cultura europea en general y la ciencia ficción en particular. Más allá de discursos grandilocuentes y grandes declaraciones de principios, la disparidad de lenguas que se habla en Europa hace muy difícil, a no ser que, poderoso caballero es don Dinero, haya ciertas garantías para los editores de recuperar la inversión y que exista un auténtico conocimiento de lo que se hace más allá de las fronteras idiomáticas de turno.

No es, desde luego, impermeabilidad absoluta. Insisto en que la capilaridad existe, y de cuando en cuando llegan ejemplos de lo que se hace en unos países u otros. Sin embargo, y a nivel general, el desconocimiento es total. A la pregunta de "dígame usted un autor actual de ciencia ficción francés, uno alemán y otro italiano", el desconcierto e ignorancia del aficionado serán notables. A no ser que por unas u otras circunstancias tenga conocimientos de alguno de esos idiomas o una notable memoria, será incapaz de citar uno por nacionalidad.

Ya extenderse en una disertación sobre el estado del género en cualquiera de esos países sólo está al alcance de expertos "muy expertos", a los que, con todo, antes habrá que dejar un tiempo razonable de investigación. Es lamentable, pero en España resulta más sencillo seguir las novedades editoriales anglosajonas (Inglaterra es Europa, pero goza de la ventaja omnipotente del inglés) que enterarse de lo que se publica en Italia, y no porque la información no esté disponible —en estos tiempos de Internet eso ya no es problema—, sino porque nadie que sepa italiano y esté interesado en la ciencia ficción haga de cuando en cuando una descubierta por las webs italianas del género y transmita las novedades.

 

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