Formas de volver a Ernaux
Por Eliana Del Campo
A menudo, cuando se habla sobre los lugares de origen y su influencia sobre la obra narrativa, hay convenciones aceptadas, tácitas y comunes a la mayoría de los escritores. Se mencionan dichos lugares como aquellos donde los sentimientos entran en conflicto. Hace falta buscar una distancia ideal para narrar sobre estos. Se habla de que la ficción solo surge en el exilio: cualquier cercanía puede resultar infértil para el desplegar del genio artístico. La mayoría de respuestas busca evitar el confesionalismo, con temor de que cualquier exceso de subjetividad se perciba como una negación de la imaginación de quien escribe. Se recrea el lugar de origen desde el horizonte, sin trazos definidos. Se crean personajes, ciudades enteras se vuelven a fundar desde la ficción.
Volver a Yvetot (Ediciones UDP, 2023) es un libro que busca resolver estas cuestiones desde un acercamiento distinto. No desde la ficción sino desde una serie de diarios, cartas, fotografías y discursos. Una miscelánea a través de la cual Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) se sumerge en las profundidades de la obra propia y nos presenta una variedad de reflexiones en torno a su pueblo natal, el mismo que se percibe como un entrañable personaje más en muchos de sus libros.
Annie Ernaux regresa a Yvetot con una autopercepción distinta: se reconoce escritora. Y ahí no cambia sólo ella, sino también Yvetot. Pasa de ser el pueblo histórico, ex territorio bélico, a concebirse como uno literario: el Yvetot de Annie Ernaux. Su observadora ha cambiado. Muchas personas pueden vivir en ciudades, pero son pocos los capaces de transformar este hecho en literatura, llevándolos a afirmar: “escribo, pues he vivido. Si no lo escribo, desaparece” (o desaparece uno con él). Al margen de si lo escrito es publicado con la etiqueta de “ficción” o “memorias”, o, en el caso de Annie Ernaux, y según menciona Alan Pauls en el prólogo del libro: “una escritura de vida donde confluyen autobiografía, etnografía, documento, sociología de época, crónica de la vida cotidiana” (p. 14). Algo es definitivo: cuando la escritura (o la escritora) “toca” algo, lo transforma para siempre. La escritora se convierte en una suerte de Midas paisajístico, pues todo lo que su escritura toque será cristalizado en el momento, perennizado al instante. En Yvetot la vida cotidiana continúa, pero en los libros de Ernaux se encuentran los diálogos que absorbió en la infancia: las charlas de taberna, los chismes del vecindario, las adivinanzas, las canciones. Volver a Yvetot da cuenta de la existencia de un espacio pre-literario que, en encuentro con la subjetividad sensible de una infancia solitaria, comienza a gestar en ella un oficio, una vocación:
“A diferencia de las tiendas modernas del centro, aquí no había gente anónima, cada cliente cargaba con una historia familiar, social, incluso sexual, que se contaba veladamente en el almacén y de la que yo, por supuesto, no me perdía una sola miga.” (p. 37)
En este libro podemos notar cómo existe en Ernaux un extrañamiento del mundo, una relación de extranjeridad entre ella y su pueblo natal, una que pasa, primero, por la vergüenza, por ser muy pobre o no provenir de una familia de modales refinados (“… esa escena funda mi sentimiento de vergüenza, mi vergüenza social”). Luego, al elegir una vida intelectual, una asimilación de conocimientos que la separarían para siempre de la manera de pensar de las personas con las que creció, dibujando una frontera que el posterior éxito alcanzado como escritora terminó por demarcar pues “… suponía una ruptura con mi cultura de origen y una adhesión a la cultura dominante” (p. 117). Pese a esto, el ser consciente de esta división solo afianza en ella la voluntad de continuar narrando, con la mayor precisión posible, aquellas historias que marcaron tempranamente su subjetividad de escritora. Una voz precoz que, en las páginas de su diario a los 23 años, terminaría por admitirse a sí misma: “ya nunca podré estar mucho tiempo sin escribir” (p. 98).
Ernaux da cuenta de las brechas económicas y de clase que hay no solo en el acto de leer sino en la posibilidad de acceder a los libros. Así, describe su juventud provincial como una marcada por “… el intento por todos los medios de conseguir libros, que por entonces eran muy caros” (p. 45), así como la prioridad de averiguar cuanto antes la importancia de cada libro, clásico o contemporáneo pues “no es posible leerlo todo y yo [ella] sabía que no todo era bueno” (p. 45). Para Ernaux, la musa no era una persona, era su etnia. Una idea de raza que retoma, como escritora ya laureada, al ser entrevistada por una académica que hizo una tesis sobre su obra: “Es quizás, así como he vengado a mi raza, mediando entre la opacidad del mundo social y la gente que me leía, la he vengado simbólicamente” (p. 118).
¿Cuál es la marca del lugar de origen sobre la escritura propia? A menudo, cierto tipo de crítica literaria vuelve sobre los pasos del escritor cual investigador privado elaborando el perfil de algún sospechoso. Esta crítica se aplaude a sí misma al afirmar “he aquí la clave”, tras encontrar cierta similitud entre un paisaje descrito en un libro y un lugar real. Establece analogías entre los personajes de ficción y personas a las que quien escribe conoció en algún momento de su vida. En el caso de la obra de Ernaux, este tipo de acercamiento sería un despropósito. La mayor parte de sus libros suele tener una declaración inicial que anticipa lo que será narrado, diferentes variantes de la misma idea: Esto viví, esto soy yo. Acaso la declaración más contundente es la frase que abre La vergüenza: “Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio”.
En sus textos, la escritura recurre a la pulcritud, apuesta por la sobriedad del estilo, pero, por encima de esto, apela a la verdad como recurso literario. Bajo esta perspectiva, los datos que asumimos relevantes de la vida de la escritora, como el hecho de vivir en Yvetot, si abortó o si tuvo un amante, se vislumbran nimios, fútiles. Sus vivencias no son –no pueden ser– el eje de su relevancia artística, sino que esta radica en cómo transformó todas esas experiencias en literatura. De este modo, asumir como dogma lo que la Academia Sueca destacó al otorgarle al premio Nobel («el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal») pierde de vista un elemento que transcurre a lo largo de su obra y que, al tratarse sobre ella misma, da cuenta de una transfiguración esencial: el devenir escritora. Un proceso extraordinario del cual, gracias a apuestas como las de Ernaux, tenemos un registro con los hechos y pensamientos que acompañaron este develamiento. Casi en tiempo real, somos testigos del forjamiento de las emociones que modelan su obra. Si Dostoievski es el escritor que mejor retrata la culpa, Annie Ernaux es una escritora que ha consagrado sus libros a examinar la vergüenza: su origen, sus silencios, sus quietas consecuencias. Esto ya le merece un lugar especial el canon actual.
Entonces, ¿cómo volver? Como escritora, hay diferentes caminos. O se vuelve como alguien común o como una celebridad. Y los lectores también tenemos elección sobre cómo volvemos a la obra de nuestros escritores favoritos. Luego del deslumbramiento inicial, uno tiene la capacidad de elegir su propia cronología: o se respeta la existente, comenzando a leer los libros en el orden en el que fueron publicados, o se crea una propia, distinta. En lo personal, dejo que el paso de los días, las circunstancias de la vida o el mero azar decidan qué libro será el siguiente. Para el caso particular de Annie Ernaux, una escritora con una obra cuantiosa, de libros en su mayoría breves, este libro vendría a ser un buen volver. La particularidad del libro, su carácter inclasificable, fragmentario, hace que sea un volver lúdico. Un volver que invita a reflexionar sobre la obra de la escritora para disfrutarla acompañada de una explícita declaración de intenciones: estoy aquí –vuelvo aquí así– por mis libros. Y como lectores, por este libro, volvemos a ella.
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Datos del libro reseñado:
Annie Ernaux
Volver a Yvetot
Ediciones Universidad Diego Portales, 2023,123 pp.
Prólogo y traducción de Alan Pauls