Mirada, escritura y estilo
Por Gianni Rivera
Lacrónica (Editorial Círculo de Tiza, 2015) de Martín Caparrós articula, de manera intercalada y original, lo reflexivo con lo narrativo. Todo lo que Caparrós propone en el plano de su singular interpretación del concepto que da título al libro surge, pues, de su experiencia vital como periodista-escritor y se sostiene sobre «ejemplos», «materializaciones» que son, precisamente, las crónicas y los fragmentos de libros suyos que introduce y brindan forma al texto. Lo que resulta, entonces, es una serie de ‘lecciones maestras’ en las que podemos apreciar lo central del método y la escritura caparrosiana.

Periodismo narrativo contextualizado y redefinido desde la particular visión del género a partir de uno de sus mejores exponentes: lacrónica. Fundamental para el devenir del continente latinoamericano, esta tiene ineludiblemente una dimensión histórica. Es una forma de escribir que, como el autor mismo lo señala, se preocupa por “mirar de otra manera eso que todos miran o podrían mirar”. Eso implica no siempre centrarse en los personajes estipulados de antemano como mediáticos ni regirse por esa abstracción que no ha hecho sino ir hacia la degradación de la práctica periodística denominada “público”. Entonces, ¿cómo Caparrós “caza” y encuentra una historia narrable?
[…] Se qué me interesa buscar en cada hecho aquello que puede sintetizar el mundo. Ryszard Kapuscinski lo llamaba la gota de agua, el prisma a través del cual se puede mirar todo. Sé que quiero poder tomarme el tiempo y esfuerzo necesarios para encontrar ese punto de vista, ese foco, ese detalle que haga que algo que podría ser banal se convierta en un relato que, por razones variadas, a veces insondables, interesa a personas a quienes esas cuestiones quizás no les importa. Sé que un buen relato debería conseguir que lo lea alguien a quien esa cuestión no le interesa en absoluto. […] Y sé que me gustan las crónicas que narran algo que todos ven todos los días. No creo que sea necesario –que siempre sea necesario– descubrir lo oculto. La idea de investigación, de descubrimiento parece la quintaesencia del periodismo actual: a mí me interesa más en general, hacer sentido con lo visible: mirarlo como si nunca lo hubiera visto y tratar de sorprender al contarlo, reponerlo en su contexto, relacionarlo: entenderlo. Entender es una palabra muy poca valorada. (Caparrós, 2015, p. 63-64)
Mirar y escribir: ambos son componentes decisivos de lacrónica. También la subjetividad, el «yo». Pero no el «yo» para asumir, en tanto escritor, el protagonismo del texto, sino para afirmar, “decir aquí hay un sujeto que mira y que cuenta”, en contraposición a ese lenguaje neutro –pretendidamente objetivo– difundido a partir de una preocupación única por la «información» que pretende presentarse como “la realidad”, es decir, lo dado, lo que no admite otra mirada ni interpretación posible. Caparrós, en sus demás lecciones, explica lo que es el tono de un texto, el estilo, lo distintivo de una voz, la cuestión de la verdad, la necesidad de la descripción como procedimiento escritural, el impacto de las nuevas tecnologías para la escritura de lacrónica y cómo esta ha experimentado mutaciones y se ha ubicado en el mercado y demás. Todo ello está muy bien sustentado y nos permite observar la fundación de una perspectiva particular sobre lo que es y cómo puede escribirse lacrónica –desde su lugar marginal–, además de que permiten entender el contexto de ejecución y la explicación de la relevancia de los relatos incluidos en el libro: su lógica pensándolo en el plano de la biografía literaria del autor.
Con respecto a los textos narrativos, Caparrós nos muestra que, además de que es un maestro escribiendo, viaja mucho. No es una cuestión banal. Caparrós, en verdad, ha recorrido el mundo y, podríamos decirlo, con un sentido concreto, nos ha mostrado, sin caer en el moralismo ni lo panfletario, pero sí desde el talento y la conciencia histórica, lo «real» del mundo. Es, al mismo tiempo, interesante pensarlos como documentos históricos sobre lo vivido en los noventa y los inicios de la década del 2000. Retratos minuciosos, ricos en descripciones y diálogos, que muestran una mirada única para detectar y narrar la cotidianeidad cultural de los países que visita, los conflictos, las situaciones perniciosas que –veladamente– estructuran nuestro presente, las vidas de una multiplicidad de individuos de diversas partes del globo, siempre con un interés particular en tanto, como el mismo Caparrós lo indica, «expresan» algo fundamental de la experiencia humana.
Pero no solo ello, sino también situaciones hasta cierto punto «raras» –en el sentido propuesto por Mark Fisher–, como la del fenecido dictador Jorge Videla corriendo todas las mañanas en 1991 en la ciudad de Buenos Aires, u otras en las que se vislumbra una implicación afectiva para el autor, como el viaje siguiendo a Boca Juniors en su partido de la final de la Copa Libertadores frente a Once Caldas –sin dejar de ofrecer un gran relato sobre la cultura futbolística del continente, las hinchadas y la distancia que separa el «exterior» del «interior», la «burbuja» del fútbol profesional–. Veamos el último fragmento de la crónica, momento en el cual acaban de perder por penales el título del torneo más importante de la región en aquel 2004:
Y ahora lo impresionante es el silencio: el silencio tan íntimo, los quinientos callados en medio de una cancha que explota de alaridos, el silencio y todo alrededor la algarabía. El silencio y la conciencia rara de que esto se acabó, de que ya nunca va dejar de ser así: de que perdimos. Y después mirarse sin saber qué decir o no mirarse, mirar a los que lloran, los que patean el suelo, los que putean, los que se quedan con los ojos perdidos en ninguna parte, el que dice la puta que lo parió si no me traje los calzoncillos de la cábala si seré pelotudo, el que mira para arriba como si alguien allá arriba le fuera a explicar algo, el viejo que dice que justo hoy se cumplen treinta años de la muerte de Perón y el viejo hijo de puta nos mufó desde arriba […] los muchachos que reaccionan y empiezan a las piñas y patadas contra los colombianos circundantes, roban una bandera, se pelean con los policías que los van sacando. Nada grave: más bien puro folklore. Nada: nada de nada: Las derrotas no tienen historia. O, si la tienen, es una historia que nadie tiene ganas de escribir. Qué cosa tan ajena es la fiesta de otros. (Caparrós, 2015, pp. 531-532)

Desde las regiones cocaleras de Bolivia y su relación con la economía nacional, la Lima en horas críticas por el conflicto armado interno y el cólera, la caótica e hipercapitalista Hong Kong, la calurosa Tehuantepec y les muxes –Amaranta en tanto símbolo de su lucha–, así como diversas ciudades europeas –Belgrado (ex Yugoslavia), Kishinau (Moldavia)–, africanas –Zanzíbar (Tanzania), Dar es-Salam (Tanzania), Niamey (Nigér)– y asiáticas –Colombo (Sri Lanka), Tokio (Japón)–, todas ellas asediadas por diversos problemas e impasses. Siempre con la construcción elaborada de los personajes, todos son relatos que transmiten determinadas emociones y desatan, ineludiblemente, reacciones –dolor e indignación, por poner un ejemplo, ante lo extendido de la prostitución infantil en Sri Lanka o la historia de Natalia, la ciudadana de Moldavia víctima de la trata de mujeres– ante lo narrado. Estamos, pues, frente a un libro imprescindible que, además, por su formato y coherencia, permite hacernos una imagen panorámica del trabajo de Caparrós, de sus preocupaciones e ideas, por lo cual puede observarse como una interesante introducción a la obra del escritor argentino.
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Datos del libro reseñado:
Martín Caparrós
Lacrónica
Editorial Círculo de Tiza, 2015, 620 pp.