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Nada nos une (2025) de Lenin Heredia Mimbela

Una novela sobre la víctima

Por John Valle*

Nada nos une (2025) es la segunda novela del joven narrador piurano Lenin Heredia Mimbela y, como el mismo autor manifiesta en la presentación, la segunda parte de la historia de Morir en mi ley (2021), su primera novela. En cuanto a los elementos formales de esta narración, constituye un logro del autor la construcción de su universo novelesco mediante oraciones cortas, yuxtapuestas en muchos casos, que contribuyen a la atmósfera tensional. Asimismo, el recurso dialógico es una herramienta muy bien aprovechada que contribuye a la presentación de los personajes a través de sus actos cotidianos. De esta manera, las descripciones devienen recurso accesorio, pero cuando las hay, estas son precisas, mínimas. En cuanto el tema, me atrevo a afirmar que esta novela introduce en la tradición narrativa contemporánea otro tipo de víctima y de violencia, ajena a la época del terrorismo: la víctima del sistema de vida actual dominada por el uso de las redes sociales y por la codicia del poder de organizaciones criminales con nombres de partidos políticos, cuyos líderes se hacen elegir a cambio de prebendas o mediante el chantaje.

En el plano de la historia, Nada nos une narra el trágico desenlace de la relación entre una madre y su hija -Lili y Becky-, ambas procedentes de la ciudad de Piura, y afincadas en Lima. La tragedia se presenta desde el inicio: “Becky ha muerto”, por lo que podría suponerse que la historia va a limitarse a desenredar la madeja de circunstancias que condujeron a la muerte de la adolescente, como sucede en novelas como Crimen y Castigo o El Túnel con un arranque similar, pero no. Lenin Heredia apuesta también por contar en simultáneo las vicisitudes de Lili para procesar su pérdida a su manera: “Becky volvió. Y yo no morí. No del todo”, confiesa la mujer. Así, ambas citas fijan la pauta de lectura que ayudarán a desentrañar la técnica narrativa de Heredia en clave psicoanalítica, porque Becky configura el significante forcluido que regresa de la dimensión de lo Real, pero no para desestabilizar emocionalmente a la madre, sino para ayudarle a aceptar su pérdida. 

Las historias de madre e hija configuran, en este plano, los hilos narrativos de la novela, pero con la necesaria complementación de las historias de sus pares masculinos para formar dos líneas narrativas dobles. En el caso de Becky, con la historia de su enamorado, Dante, el hijo de un candidato a la alcaldía distrital, pero atrapado en una red de pedófilos con quienes comparte a su enamorada mediante videos íntimos a través de la Internet a cambio de dinero; en el caso de Lili, con los altibajos de Gustavo, su nueva pareja, un profesor universitario con sus propios conflictos que le han impedido satisfacer las exigencias emocionales de su mujer, aunque sí ha conseguido una relativa cercanía con Becky. Así, un narrador en tercera persona va guiando al lector a través de cuatro capítulos divididos en apartados distribuidos según una lógica narrativa que cautiva al lector.

A diferencia de su primera novela, en Nada nos une, Heredia muestra una evolución en su técnica narrativa. Esta vez, además de haber tejido hábilmente en un primer plano narrativo los hilos dobles ya mencionados, como si ubicara al lector en un lugar privilegiado para observar la copa de un árbol, el autor ha sabido insertar por debajo, como una especie de tronco doble que sostiene el follaje, dos historias complementarias. La primera corresponde al padre de Dante, el ingeniero Andrés que ha postergado a su familia por debajo de su afán de ganar votos para la alcaldía; la segunda, al modus operandi de la red de pedófilos que chantajean al hijo, lo que constituye una seria amenaza para las ambiciones políticas de don Andrés. 

Desde esta perspectiva, es pertinente afirmar que en esta novela se desnuda una realidad donde los aspirantes al poder han normalizado códigos nada éticos para competir en su aspiración, donde la familia y la población devienen víctimas de esas componendas. Así, la novela puede leerse como un coro de voces de las víctimas de un orden que violenta la estructura familiar, la inocencia de la niñez, el sentido de justicia y el de servicios a la comunidad. Porque constituyen una alianza férrea el vínculo entre redes sociales y organizaciones políticas o criminales, donde las debilidades personales pueden devenir poderosas máquinas de destrucción, desprestigio, desunión, frustración y muerte, siempre que sirvan a su propósito. Además de ser la víctima mortal en la novela, Becky lo es también de su ingenuidad y de la desatención de sus padres; además de ser víctimas del desamor que les dejó graves secuelas, Lili y Gustavo lo son también de la maquinaria infernal que consume dignidades, vidas, amores y conciencias para alcanzar el poder político o económico; además de ser una víctima de la ruptura familiar causada por el deseo de poder, Dante, su hermana Mariana y su madre lo son también de un sistema que ha trastocado la escala de valores de las personas en su afán ciego de empoderamiento. Sin embargo, todas estas víctimas lo son también en relación con el uso de las redes sociales, esos medios que construyen la ficción de la cercanía con personas anónimas y distantes, pero que edifican los muros insalvables de la ausencia entre los seres íntimos y cercanos. En este sentido, en Nada nos une, resuena el eco de un lema rancio de protesta de Mayo del 68: “Arriba la comunicación y abajo las telecomunicaciones”.

Desde mi punto de vista, creo que este es el principal logro de la novela a nivel de la historia, ya que Heredia Mimbela no se limita a contar una tragedia familiar, sino que muestra la nefasta normalización de la maquinaria corrupta que detenta el poder para destruir vidas inocentes con absoluta frialdad e impunidad. Si proponemos una analogía entre un novela y una isla, el autor no se contenta con narrar la superficie que las aves marinas cubren de excremento; por el contrario, el autor nos sumerge por debajo de la superficie, nos introduce en el abismo donde habitan los verdaderos monstruos que sostienen la superficie. De esa manera, esta novela contribuye a la tradición de escritores propuestos a develar las entrañas del leviatán de la corrupción en nuestra vida republicana. Nada nos une es una novela de la violencia, pero de una más sofisticada que victimiza desde una lente y una pantalla, y desde la ceguera embrutecida por alcanzar el poder. 

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Datos del libro reseñado:

Lenin Heredia Mimbela

Nada nos une

Buen Puerto, 2025

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*John Valle Araujo (Amazonas, 1976) es Magíster en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde se graduó con la tesis titulada “Tres cuentos postergados: narración perturbadora, campo de referencia y cosmovisión del wakcha migrante” (2020). En 2012, ganó el Premio Copé de Ensayo con el trabajo titulado Derroteros de la soledad: El wakcha en el relato andino de tradición oral.

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Notas de lectura: Morir en mi ley (2021) de Lenin Heredia

Morir en mi ley de Lenin Heredia

Notas de lectura

Por Lisandro Solís Gómez

Ambientada en Piura después de la caída de la dictadura de Alberto Fujimori, Morir en mi ley (2021), primera novela de Lenin Heredia, narra centralmente las historias de Lidia y Paco, una pareja en el ocaso de su relación, cuya vida familiar se desmorona por la ausencia masculina en el hogar. Ella debe afrontar la crianza de su pequeña hija Rebeca con la ayuda de su casera y luchar por superar un episodio trágico de su niñez que aún la atormenta. Por otro lado, se relata el proceso de deterioro moral y físico de Paco, quien, junto con el Trinchudo y Anselmo, sus secuaces, labora como subordinado de Josecito, la mano oculta detrás de las empresas inmobiliarias que transforman el paisaje de la ciudad usurpando terrenos bajo presión o amenaza, o cobrando la vida de quienes se oponen. Acompañan a ambos protagonistas otros personajes como doña Matilde, la casera de Lidia, que a veces funge como consejera o amiga de ella; Carlos, cuya importancia para el desenlace recién se comprende hacia la mitad del relato; y Hugo, el Lanza, sobrino de Paco.

En principio, la novela emplea un lenguaje siempre funcional para el relato. Predomina la variedad estándar, aunque salpicada de algunas expresiones coloquiales que buscan brindar mayor verosimilitud a una historia inscrita en el código realista y contribuyen a definir la perspectiva predominante en la narración. Morir en mi ley no pretende capturar la “oralidad”, en tanto reproducción del dialecto de la zona, aunque eso no le resta fluidez a los diálogos que se presentan. No obstante, esta funcionalidad del estilo, que siempre pone en primer plano lo relatado, puede interpretarse en sus peores momentos como una falta de expresividad: el uso de un lenguaje que no transmite ni conmueve, que por lo general estilísticamente mantiene distancia con respecto de sus personajes, cuando, por el contrario, en ocasiones la narración exige una mayor proximidad. No queda claro si ese es el efecto que se buscaba al diseñar la novela. Tal vez la apuesta por una estética realista se relacione con esta concepción del lenguaje visto, ante todo, como un medio para transmitir un mensaje.   

Por otro lado, esta obra sobresale por su despliegue técnico. Se emplean diferentes recursos de manera eficaz. Entre ellos, destacan la pluralidad de perspectivas en la narración, el uso del monodiálogo, la ruptura cronológica, el montaje que define la estructura de la novela y la narración paralelística. Esta última estrategia es esencial para desarrollar las dos líneas argumentativas principales relacionadas con la protagonista de la novela, Lidia, quien debe enfrentarse a su entorno, pero también a sus propios temores. No obstante, la diferencia en extensión descompensa la importancia de la segunda. Asimismo, la novela se halla dividida en diez capítulos y un breve epílogo que continúa la narración en Lima. Existen cinco capítulos extensos, que cuentan los sucesos principales de la historia, y cinco breves narrados en primera persona que, por medio del monodiálogo, brindan la atmósfera para que la protagonista se confiese. Salvo estos pasajes, en los que Lidia toma la palabra, predomina un narrador omnisciente que, además de relatar los acontecimientos, siempre dosificando la cantidad de información que comparte, a veces prioriza el mundo interior de los personajes, su estado emocional, sus sueños y preocupaciones.

A nivel de personajes, los femeninos se encuentran mejor configurados. Destaca especialmente Lidia, que sirve como eje de la novela. Las dos historias principales, en efecto, se hayan vinculadas a ella. Uno de los aspectos mejor logrados de Morir en mi ley es la manera cómo se complementan las dos líneas argumentales que se narran en paralelo. Las tensiones, miedos y reacciones aparentemente excesivas de la protagonista en el relato principal se comprenden conforme su testimonio avanza en los capítulos más breves. Así, se consigue explicar su conducta solo sobre la base de la narración misma. De alguna forma, la novela relata cómo ella recupera su palabra y su agencia en un mundo hostil, donde parece que las mujeres se encuentran en peligro a cada instante. Este personaje también articula el tema de la violencia contra la mujer y el de la solidaridad femenina en una sociedad donde campea el machismo (este último motivo uno de los más logrados). Asimismo, la relación que Lidia mantiene con Matilde y Rebeca, con las tensiones cotidianas comunes que no contradicen el afecto y la responsabilidad entre ellas, es otra fortaleza de la novela.

No sucede lo mismo con los personajes masculinos. Por ejemplo, Paco es un personaje menos consistente, por momentos plano y sin profundidad psicológica. Aunque su motivación inicial para involucrarse con Josecito y convertirse en un despiadado operador para captar los terrenos resulta más o menos clara, no sucede lo mismo con su evolución a lo largo del texto. En un momento se enferma, sin ninguna justificación argumentativa, salvo la necesidad de “materializar” su deterioro moral, en una decisión que parece más un capricho del autor y que traiciona la lógica de su narración. Parece, finalmente, que su conducta se explica por el machismo que ha interiorizado como natural y por la falta de control de sus emociones, que lo lleva a actuar de forma violenta en los momentos menos esperados (Cfr. la escena de la última agresión contra Lidia, 155). Una situación semejante ocurre con Carlos, el dueño de las tiendas de ropa donde durante algún tiempo trabaja Lidia, y que resulta ser quien, para asegurar su negocio inmobiliario, contrata los servicios de Josecito, el siniestro patrón de Paco. Se trata de un personaje poco coherente que se contiene de forma extraña ante Lidia, pese a poseer tanto poder para controlar al personaje aparentemente más peligroso de la novela y de carecer de escrúpulos para decidir qué medidas adoptar para proteger sus intereses.   

A pesar de esos inconvenientes, cabe reconocer que una de las virtudes de Heredia es su capacidad para perfilar algunos personajes secundarios con unos pocos trazos. Sucede con Rebeca, una niña inquieta que anhela compartir más tiempo con su padre, o Matilde, mujer conservadora que cuida de Lidia y su hija como si fueran parte de su familia. De la misma forma sucede con el Trinchudo y Anselmo, los camaradas de Paco, que, pese a la brevedad de sus descripciones, son parte fundamental de la historia y ayudan comprender cuál es el mundo que rodea a uno de los protagonistas. Se trata de personajes que, aunque carecen de un desarrollo amplio, le brindan color al relato y cumplen objetivos más específicos en la trama. Tal vez, el personaje masculino mejor definido sea el Lanza, joven enamorado platónicamente de su “tía” Lidia y cuyo desarrollo narrativo se explica en la disyunción entre su lealtad familiar y el embrujo de un amor imposible.

Mención aparte merece la ambientación de la novela en Piura. Se nombran calles y espacios que parecen ser puntos de referencia para los habitantes de la ciudad. No obstante, esta no adquiere protagonismo; ha sido asumida más como el escenario para relatar una historia, una suerte de fondo neutro y, por ende, no resulta determinante para la trama. De hecho, la historia, tal como ha sido narrada, podría haber estado ubicada en otro espacio, pese a que parece referir al proceso de modernización urbana de Piura a inicios de los 2000. Esta última afirmación, evidentemente, merece calibrarse a la luz de la historia de la ciudad y de las pretensiones realistas de la novela.

Incluso, otro aspecto que puede cuestionarse es la relación entre Lima y Piura que parece retomar el esquema que confronta la capital contra la provincia, vista como un espacio donde gobierna la violencia, el abuso y la impunidad, una dicotomía que fácilmente puede remontarse a las dos primeras novelas de Clorinda Matto de Turner. Este hecho resulta más evidente si se tiene en cuenta que ambos protagonistas son limeños, y que Lidia solo consigue superar la adversidad al regresar a la capital y que, además, es el único personaje femenino que se levanta contra la opresión de la que son víctimas las mujeres (Cfr. la escena de “Cleopatra”, 143-146). ¿Una limeña debe enseñarles a las “provincianas” cómo lidiar contra la violencia? Esta suerte de mirada colonialista no opaca, sin duda, la propuesta de la obra, pero tampoco deja de ser intrascendente en un texto donde Piura “es un personaje”, como señala la contratapa.

En términos generales, Morir en mi ley es una novela de lectura amena que posee como principales méritos su despliegue técnico y el desarrollo de los personajes femeninos, así como una narración fluida sobre la base de una estructura inteligente, adecuadamente dispuesta. Aunque adolece de algunas limitaciones comunes en una primera entrega, considero que es una novela que puede leerse con agrado, y que enriquece el panorama la literatura peruana y, especialmente, la regional.

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Datos del libro comentado:

Lenin Heredia Mimbela

Morir en mi ley (2021)

Sietevientos Editores, 237 pp.

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Reseña: Morir en mi ley (2021) de Lenin Heredia Mimbela

Inauguración de un nuevo cosmos peruano

Por Cesar Augusto López Nuñez

Es posible creer que la novela de la tierra es un asunto “superado” en la narrativa peruana, pero creemos que eso dista de ser cierto. Habitar, desplegar la vida y su deseo, siempre ha implicado marcas de violencia y la ocupación del espacio, en términos prácticos, siempre ha transformado lo humano, porque los primeros signos de sedentarismo generaron las primeras máquinas de guerra, las ciudades, el engaño, la mentira, el asesinato. Que las formas de poblar el mundo se hayan, más o menos, modificado no significa que, en su lógica elemental, sigan agenciando potencias en tensión.

Morir en mi ley, primera novela de Lenin Heredia, emerge del agenciamiento de lo humano y lo espacial, siempre entendido como un complejo entramado que se traduce en las idas y vueltas de sus personajes, en sus destrucciones y posibilidades. Las vidas de Lidia, personaje principal de la propuesta narrativa; Paco, su degradado amor juvenil y padre de su única hija; Rebeca, la inocencia en medio del tráfago de la ciudad y los dilemas de sus padres, sin olvidar a la anciana Matilde, se encuentran enlazados por un sistema mayor que insiste en lo ancho y ajeno del mundo.

No es ociosa ni manida esta última figura, porque las tensiones de la infancia y adolescencia frustradas de Lidia son producto de un trasfondo político que marca su cuerpo y la necesidad de migrar. La transformación de Paco, por otra parte, es efecto de su pliegue y asimilación a las formas subrepticias del poder de la modernización. Podríamos calificarlo como un engranaje salvaje de lo moderno junto a sus compinches, el Trinchudo y el Gordo Anselmo. De aquí uno de los grandes ejes que abre la novela: el combate entre la comunidad campesina, sus líderes y sus ancianos firmes, y la maquinaria que despliega la inasible constructora.  Sin duda, esta última procura la abstracción de la diferencia con su lema publicitario “La vida que usted se merece” (p. 226).

El vértigo, a veces cinematográfico de la novela, con su inicio in medias res, por ejemplo, responde a la urgencia por transformar el desierto piurano en un mundo amurallado, una tierra que deje atrás el “inútil” sujeto comunal, la relación íntima con la tierra, para dar paso a los condominios, a la verticalidad dominante que solo se preserva en el aplanamiento y la homogeneización de los deseos programados por los “pitucos”. En ese sentido, Lidia, Paco, Rebeca y Matilde son el efecto de fuerzas mayores enmarcadas en intereses que rebasan su capacidad de comprensión. Lidia lo plantea con la claridad y cotidianidad que cualquiera ha empleado alguna vez: “Una vive nomás, sin pensar si hace bien o no” (p. 63).

El ritmo de destrucción de los personajes y sus decisiones dependen de una exterioridad no precisada, aún, en este paso narrativo dado por Heredia, el cual nos parece de mayor envergadura. Incluso, para corroborar nuestra intuición lectora, que la novela nos presente pinceladas de la década de los noventa, nos anuncia un recorrido mayor de los personajes que recién conocemos, pero que se caracterizan por encontrarse sobre dimensiones vitales que les exigirán ir entendiendo su lugar en el mundo propuesto por el joven novelista. Y así como el Perú sufrió cambios drásticos desde el primer gobierno de Fujimori, a través de la narrativa creada por la Constitución del 93, es posible que nosotros nos encontremos en un momento textual cero de la experiencia modernizadora no limeña. Rebeca no será la única niña de la narración, sino todos los personajes asaltados por una nueva lógica colonial.

Entendida como una puerta de entrada hacia un plan mayor, Morir en mi ley transita entre diversos planos como la resistencia femenina, el machismo, el hampa, la vejez, el reclamo popular en toda su fragilidad contra un régimen que asciende sobre ellos, irremediablemente, y que se alimenta de sus singularidades sin que se puedan percibir los rasgos de su rostro. Por este motivo, las diez partes y el epílogo de esta historia, en los que se conjugan el flujo de conciencia de Lidia, la voz del narrador que trenza su historia y la de Paco, mientras el mundo sigue con su curso inevitable, se nos presentan recomendables. Incluso, es necesario mencionar que existe la posibilidad de que el lector pueda percibir los titubeos narrativos de Heredia, sus primeros pasos hacia una posible consolidación y la duda del creador que busca regular un tejido que procura transmitir más de un ritmo vital en su reclamo por su justo lugar en el mundo.

No cabe duda de que seguir a este nuevo novelista, desde ya, podría permitirnos entender la creación literaria en una clave de calidad y sin la dependencia de Lima como tótem espacial. Además, tenerlo en cuenta podría aproximarnos a los procesos de afianzamiento expresivo a los que nosotros mismos, lectores, nos debemos cuando nos permitimos entender nuestro lugar en el amplio círculo del arte verbal peruano. En esta ocasión, a través de un proyecto que se muestra nada despreciable, por su prometedora ambición y oficio estético, nos es grato afirmar que recorrer las líneas de Morir en mi ley nos permitirá aprender de Piura, el Perú y el vigor de la literatura peruana.

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Datos del libro reseñado:

Lenin Heredia Mimbela

Morir en mi ley

Sietevientos Editores, 2021, 237 pp.