Es increíble el ímpetu y la soltura que exhibe Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) en la escritura de su primera novela, La diáspora, publicada originalmente en 1989. Irrumpe en la ficción narrativa con un libro que, en una época tan álgida como fueron los ochenta, aborda y critica de manera aguda las desilusiones de una generación que creía de forma inquebrantable en el poder de la revolución al punto de arriesgar la vida por ella. Escribir una parodia de la derecha lo hace todo el mundo. Lo arriesgado es hacer una de la izquierda desde la izquierda misma, denostando la mercantilización de sus causas en un negocio que reclama un aura de ética intachable que no merece muchas veces. Y más difícil aún es hacer esta diatriba con una maestría que mostrará también en libros posteriores como Insensatez (2004) o Moronga (2018). Esto confirma que cada texto suyo es una pieza más de un proyecto narrativo coherente como pocos a nivel mundial. Así, no acota su alcance solo a nivel hispanoamericano, donde comparte espacio con titanes de la talla de Ricardo Piglia y Roberto Bolaño.
Uno de los más gratos hallazgos de este libro es corroborar que las principales preocupaciones temáticas y emocionales de Castellanos Moya ya se encontraban aquí, comenzando por el cuestionamiento de las convicciones ideológicas. Los personajes de esta novela se encuentran a la deriva, apartados y marginados en el DF, alejados del campo de acción, pero sobre todo de una causa que les brinde la sensación de pertenecer a un colectivo que le dé sentido a sus nimias vidas. Tanto Juan Carlos y el Turco reniegan del Partido, el colectivo al que consagraron su vida por muchos años y que desvió su rumbo al punto de desvirtuar su accionar debido a las ambiciones de sus dirigentes y la pugna por el control que terminaría causando al asesinato de la comandante Ana María y el aparente suicidio del comandante Marcial, máximas figuras de las guerrillas salvadoreñas. La sensación de orfandad y desamparo terminará por convencerlos de que la única salida posible es romper con sus ideales e intentar descifrar qué existe más allá de la lucha política, en un territorio ajeno. De este modo, lidian con la única herencia que les legó su participación en el conflicto, además de la pobreza: la paranoia.
Si algo hermana a la mayoría de los personajes de la novela (y de la narrativa de Castellanos Moya) es la constante sensación de paranoia y desconfianza hacia todo aquel que quiera acercarse. Estar en guardia y relacionarse lo menos posible con alguien desconocido es la marca con la que deambulan por la vida tanto los dos personajes mencionados, como Quique, el exguerrillero ansioso por regresar a combatir con un rifle en las manos. El temor de ser emboscado y traicionado es la secuela más duradera no solo de un conflicto, sino del rompimiento con una ideología. Detecta en cada rostro a un potencial enemigo, en contraste con aquellos denominados “burgueses” que no padecen ello y hasta tienen empleos y familias. Aquí la semilla de la violencia impregnada en cada uno no explota como en El arma y el hombre o La sirvienta y el luchador, pero sí se trasluce de manera más sutil al momento de concebir las relaciones posibles con sus antiguos camaradas o sus potenciales conquistas sexuales, además de que puede ser una buena manera de adaptarse a la urbe capitalista: “Si San Salvador le resultaba grande y extraña, la ciudad de México le produjo escalofríos, las calles enormes repletas de autos y buses. Pero las costumbres del peligro crean un poderoso instinto de sobrevivencia” (p. 81).
Y aunque los personajes mencionados son los protagonistas de la novela, Castellanos Moya dedica algunas páginas a otro que se lleva todas los reflectores: Jorge Kraus. Este periodista, que evoca a esa inolvidable y tenebrosa voz de Insensatez, es una suma de arribismo y aprovechamiento ramplón capaz de causar escozor en el lector, debido a que su ambigüedad y su capacidad camaleónica provocan que su toxicidad corrosiva pase desapercibida frente a los demás. Castellanos Moya muestra esta frialdad extrema para seguir trepando en líneas como las siguientes:
«Kraus barajeaba las diversas alternativas para la escritura del libro, los argumentos a los que recurriría para convencer a las FPL y a los sandinistas de que un libro de esa naturaleza ayudaría en gran medida al proceso revolucionario salvadoreño. Se regocijaba por las tremendas posibilidades editoriales que se le abrirían: escribiría un verdadero best seller, que le produciría fama y dinero. De inmediato tendría ofertas de traducciones, adelantos por la escritura de nuevas obras. Porque su idea para la estructuración del libro le parecía sencillamente genial: lo elaboraría con la técnica de la novela policíaca, pero con puros hechos reales. Algo semejante a A sangre fría de Truman Capote o a Recuerdo de la muerte de su compatriota Miguel Bonasso. Sólo que el libro de Kraus superaría a éstos por una razón esencial: los sucesos que abordaría constituían una tragedia universal, digna de un clásico griego o de una obra dostoievskana» (p. 118).
Este símbolo de la capitalización individual de una tragedia social es la principal crítica a cierto sector de la izquierda que, si bien aparece en otros pasajes, adquiere una dimensión mucho más peligrosa en figuras como la de Kraus en el capítulo seis de la tercera parte de este libro. Se da maña, incluso, para concebir una metodología capaz de moldear y replicar la escritura de una tragedia, al punto de desvirtuar los hechos con tal de acomodarse a un fin al que se busca justificar de cualquier forma antes que ver cuestionada su veracidad. La sensación de sentirse superior moralmente termina siendo el aceite de un turbio y pérfido engranaje que se vislumbra hasta el día de hoy, refugio de tantos abusos y atropellos sociales. Escrituras de libros que edulcoran y aprovechan el morbo de los conflictos armados, ¿dónde hemos visto eso antes? Castellanos Moya vislumbró hace treinta años cómo el tópico de la violencia iba a convertirse en un modelo exótico para armar y desarmar de manera descafeinada en gran parte de la literatura latinoamericana posterior, llena de clichés y personajes acartonados, y se arrojó a escribir esta novela tan potente y vigente. En una época donde las principales apuestas literarias parecen ser las reediciones de libros inhallables, La diáspora termina erigiéndose como uno de los más valiosos rescates.
La presentación de No hay más ciudad, la novela de Francisco Izquierdo Quea se realizará el viernes 30 de julio a las 5:00 pm, a través del Facebook live de la Cámara Peruana del Libro. Este lanzamiento se enmarca en la Feria del Libro de Miraflores. Además del autor, participarán, con sus comentarios, la escritora Silvana Carrillo y el escritor Francisco Ángeles. En su nota de prensa, la editorial dice que Francisco Izquierdo Quea «nos sumerge a través de un crisol de miradas en la vorágine de las relaciones de pareja, el abandono y los sueños latentes por virar hacia un destino capaz de llenar la medianía con la tan ansiada conciencia de trascender». Más detalles en el site del evento: https://www.facebook.com/events/205427594924370/?ref=newsfeed.
Les compartimos el comentario del escritor Francisco Ángeles sobre esta nueva novela:
Me ha alegrado muchísimo leer la primera novela de Francisco Izquierdo-Quea, quien publica por primera vez desde su ya lejano debut literario en 2007. Más que eso: leerla me ha conmovido, me ha sorprendido, me ha perturbado. Leerla me ha llevado de regreso a Lima y a los años 2000, esa década que sobrevive sigilosa entre los más llamativos 90s (modernidad, globalización) y 2010s (crisis global, tecnología, hiperconectividad), como una versión envejecida de una sin aún insinuar del todo a la otra. Y sin embargo, a pesar de tanta palidez, los 2000 existieron, y para muchos fue la época en que todavía éramos jóvenes y también la década en que dejamos de serlo; la época en que la vida comenzaba a golpear y ya no con problemas inventados; los años en que se revelaba que nuestros sueños adolescentes ya no eran más que una anacrónica prolongación de otro tiempo que se había terminado. NO HAY MÁS CIUDAD trata sobre ese tiempo y también ese espacio: ese Perú precario y desgastado, escabroso sin llegar a trágico, un Perú post-Fujimori y pre-Marca Perú; post-terrorismo y pre-Mistura/Asu Mare. En ese contexto en que parecía que todos esperábamos que algo ocurriera –y sí, ocurrió mucho, mucho más de lo que hubiésemos previsto—, Germán, Claudia, Bautista, Matsahide, todos los personajes de este libro pasan por ese tránsito simbolizado por dos destrucciones simultáneas: el final de una relación que creíamos madura, y el derrumbe del sueño de vivir del arte cuando la época de estudiante ya se había terminado. De todo eso habla NO HAY MÁS CIUDAD: de los símbolos anacrónicos de una época perdida, de la amistad masculina, de los traumas familiares. Y todo eso bajo ese telón de fondo de nuestra propia post-dictadura, la historia cíclica que nos volvía a imponer, como para despedir nuestra juventud, al mismo presidente de nuestra niñez. Para todos los que aún fuimos jóvenes en la década pasada, y para quienes dejamos de serlo; para quienes prolongamos más de lo aconsejable los sueños adolescentes, y para quienes alguna vez nos cuestionamos cuál era el sentido de nuestras vocaciones, esta novela los va a reencontrar con ese yo del pasado que, aunque pensemos lo contrario, nunca dejará de estar ahí esperando una oportunidad para volver a recordarnos lo que fuimos (y aun somos).
¿Y si la falta de humanidad mostrada por gran parte de la clase política actual se debiera a que en realidad son cucarachas? Cucarachas que de un día para otro despertaron convertidas en la especie más peligrosa y dañina de este planeta: seres humanos. Ian McEwan (Reino Unido, 1948), uno de los más destacados novelistas en lengua inglesa, muestra su historia más divertida y ácida en La cucaracha. Para lograrlo, página a página, denosta a la élite gubernamental más ominosa de Occidente.
Jim Sams, un ser inteligente pero de ningún modo profundo, se nota convertido, de la noche a la mañana, en el primer ministro del Reino Unido. La huida de la noche anterior por las calles londinenses culmina con este inexplicable acontecimiento. Sin tiempo para cuestionar esta peculiar resaca, que incluye nuevo cuerpo y funciones vitales, tiene que adaptarse rápidamente a las mil actividades pendientes que tiene que atender como líder de la otrora todopoderosa potencia mundial. El reversionismo, una teoría socioeconómica risible, está ganando cada vez más adeptos a pesar del grado de ridiculez de sus propuestas y dependerá de Sams que se concrete su aplicación y propagación por el resto del mundo, así que mucho tiempo para explorar su nueva condición de homo sapiens sapiens no tiene. Se encuentra forzado a decidir rápido la estrategia que va a tomar mientras se topa en el camino con un rival político entre sus filas, un accidente diplomático con Francia y la sorpresiva garantía de tener como aliados a más de su especie devenidos en ministros o presidentes.
“Las cosas se estaban encarrillando bien. En tiempos difíciles como aquellos, el país necesitaba un enemigo encarnizado. Los periódicos patriotas elogiaron al primer ministro por enfrentarse con determinación a los franceses y hablar claro en nombre de “nuestros muchachos caídos”” (p. 74)
Su historial lidiando con alcantarillas y suciedad lo ayuda en esta nueva etapa al punto de convencer a la sociedad inglesa con menos reparos de los que imaginaba. Haber vivido tanto tiempo entre la oscuridad lo ha preparado para sobrevivir a tantas amenazas. Por ello, la política, más allá de las dificultades iniciales, no le supone un grado mayor de dificultad, cuando descubre la mayor arma en tiempos de redes sociales y sobreinformación: la mentira mediante la fabricación de noticias. ¿Qué es la dignidad de un enemigo frente a la posibilidad de reconstruir un imperio?
La propuesta de subvertir la premisa de la más conocida obra de Kafka puede leerse como un gesto que supera lo lúdico al plantear que lo más vil de nosotros, a cien años después de la pesadilla del checo, se ha normalizado, camuflado entre el libertinaje de expresión y los chauvinismos exacerbados en tiempos de crisis. A quienes más propugnan mensajes de odio y polarización los convertimos en gobernantes, líderes encumbrados bajo la promesa de defender los valores de antaño, a modo de refugio frente a la percepción del prójimo como potencial enemigo y amenaza, en un camino que solo puede culminar en el más absoluto delirio. McEwan captó todo ello y, en vez de insistir con un ensayo furioso sobre los problemas contemporáneos como los que publican mucho de sus colegas (llenos de lugares comunes la mayoría), optó por escribir algo más liviano, pero más plausible: una sátira para nuestros días.
¿Es posible reflexionar narrativamente sobre un mismo tema desde varias perspectivas sin caer en una dispersión escénica? La hija única (Anagrama, 2020), la última novela de Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973), propone una especulación narrativa en torno a las complejidades de la maternidad desde distintos puntos de vista, cada uno de ellos con una enorme carga dramática, en función de una unión de las líneas argumentales. Se produce, de este modo, un tronco argumental que relaciona las distintas historias de los personajes en una red armónica que brinda unidad a la dispersión.
Podemos asumir una multiplicidad de líneas argumentales que existen en La hija única, pero es posible ordenar la dispersión en función de tres historias concretas, es decir, tres cajas de resonancia que emiten contenido y absorben el dramatismo que se extiende a través de las páginas de la novela. El punto de confluencia, ya lo hemos aclarado, es una inclinación hacia la reflexión a través de la dramatización del tema, no de la reflexión teórica. Si bien la novela propone algunas reflexiones en torno a la maternidad, estas no se producen en función de un academicismo antojadizo y gratuito, sino a través de la dramatización de las escenas, en función del desarrollo de los arcos de los personajes principales.
La primera historia es la vida de Laura, la narradora protagonista, una mujer que ama su libertad y no está dispuesta a perderla a partir del “sacrificio” de la maternidad, así como ella lo concibe. Ella estudia en Francia, pero luego vuelve a Ciudad de México, lugar donde se desenvuelve la mayor parte de la novela, para escribir su tesis. La posición de Laura en la historia permite que pueda apreciar e interactuar con las otras líneas argumentales. Esta posición estructural posibilita que los lectores acompañemos su desenvolvimiento escénico y apreciamos los titubeos en torno a la concepción inicial que tiene sobre la maternidad. Laura se vincula con su madre, su amiga Alina, su vecina Inés y unos pájaros que anidan en su departamento. En otras palabras, puede apreciar diversas concepciones de la maternidad, es decir, observa buenos momentos y situaciones frustrantes en torno a un mismo tema.
La segunda trama se enfoca en Alina y Aurelio en relación a los problemas que enfrentan para recibir, aceptar y cuidar a su hija Inés desde su nacimiento en adelante. Alina es amiga de Laura y quien cambia su visión sobre la posibilidad de ser madre. En esta trama, observamos la maternidad desde la gestación humana y también a partir de las opiniones científicas asociadas a la medicina. Esta es la línea argumental más intensa y la que despierta mayor interés en el lector por el magnetismo de los sucesos, la expectativa en las acciones y su conexión con las otras historias. El tercer argumento se relaciona con Doris y su hijo Nicolás. Ella es una mujer agobiada por las consecuencias de una vida familiar al lado de un hombre celoso, lo que produjo un ambiente violento en su hogar, incluso luego de la muerte de este. Ambos se relacionan con Laura, quien observa e interviene en sus vidas.
Guadalupe Nettel no busca ahondar en las complejidades de la forma de la narración. El lenguaje empleado es ágil y fluido, lo que esclarece el panorama y resalta el dramatismo de las escenas propuestas. La hija única busca impactar a través de las historias que contiene, no de experimentaciones lingüísticas, un camino válido en la literatura, pero inadecuado en una novela como esta. Sin embargo, destaca la destreza de la autora para articular las historias de tal manera que no se pierdan en la dispersión, asumiendo que son varias. Asimismo, impregna a toda la novela de una atmósfera maternal, pues es imposible escapar de este ambiente, incluso en las escenas menos relevantes, como la narración de las personas que pasean con sus mascotas en los parques. El sencillo procedimiento de la alternancia de las tres historias no es la única vía estructural seguida en la novela. Debemos sumar la meticulosidad para elegir la posición de las escenas en cada capítulo de la novela, ya que las subsiguientes, ubicadas en un próximo capítulo, si bien no se relacionan en el argumento, se imbrican temática y emocionalmente.
A pesar de los temas que enfrenta La hija única, nunca sucumbe al efectismo literario. Los personajes están bien construidos en función de sus actos, no de las descripciones, lo que aporte a la mayor fluidez de la narración. Sumado a esto, a pesar de su mediana extensión, destacan muchos subtemas asociados a la maternidad como la experimentación corporal, el acondicionamiento del hogar, la aceptación y el rechazo social, la presión familiar, la frialdad e insensibilidad médicas, el duelo anticipado, la resistencia a la muerte y el aferramiento a la vida, el distanciamiento conyugal, la empatía en el dolor, los conflictos madre-hija, la maternidad más allá de los lazos sanguíneos, la soledad producto de no tener hijos y el reencuentro con uno mismo. Finalmente, esta novela golpea al lector, porque problematiza la construcción de la maternidad más allá de la condición del género o de la decisión de ser madre.
Ficha técnica:
Guadalupe Nettel
La hija única (2020). Editorial Anagrama. 240 pp.
NOTA: Esta reseña fue publicada en el Vol. 11, Nº 22, de la revista Summa Humanitatis de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Este es el enlace: https://revistas.pucp.edu.pe/index.php/summa_humanitatis/article/view/24044
A la memoria de Leonardo Cárdenas Luque, adolphiano y terrenal
Giancarlo Stagnaro
En 2012, hace nueve años, publiqué un artículo académico sobre Mañana las ratas, denominado: “La invención del futuro. Lima y la dimensión distópica en Mañana Las Ratas, de José B. Adolph”. En ese artículo, básicamente sostengo que la literatura peruana mantiene una deuda con José B. Adolph. Dado el carácter prolífico de su obra, y cito, “la presencia de Adolph dentro del establishment literario local suele ser tomada con aprecio por el carisma que generaba en lo personal, pero soslayada en lo concerniente a la valoración literaria en sí” (147). Pues bien, esa deuda, la valoración literaria, lo que justamente le debíamos a Adolph, comienza a pagarse con la edición de Minotauro que pasamos a comentar.
Tengo una historia con Pepe Adolph. Ustedes la pueden constatar. En primer lugar, en el año 2004, hace 17 años, lo entrevisté para la revista que dirigía en aquel entonces, El Hablador, y que sigue saliendo, por cierto. Posteriormente, junto con nuestro querido amigo y colega de entonces, porque trabajábamos en el mismo lugar, el escritor Daniel Salvo, lo entrevistamos en el popular restaurante Las Mesitas, en Barranco, donde era asiduo concurrente, junto con su pareja, la artista Delia Revoredo. Allí, casi al frente de Las Mesitas, en el bulevar, le tomé la foto que hoy ilustra la nota donde se anuncia su fallecimiento (la nota, por cierto, lleva mi firma: GSR). Pepe usa una camisa azul y una chompa grisácea y parece que emergiera como la Tardis de la serie Doctor Who, de la era de Tom Baker, el Doctor por definición.
(Ahora que lo pienso, Tom Baker y José B. Adolph se llevaban apenas un año.)
Posteriormente, recuerdo que estábamos en el Café de la Paz, en Miraflores, junto con otro escritor de enorme fuste: Miguel Gutiérrez. Vaya, recuerdo que pensé en ese momento, un ex maoísta (Gutiérrez), un ex trotskista (Adolph), ¿también pueden conversar, entablar diálogo? A pesar de todos los absolutismos y reduccionismos, pueden hacerlo. Es más, es su deber hacerlo. Por supuesto que sí. Los dos estaban de lo más felices, dialogando, contándose historias, o fabulando “sobre mujeres y heridas”, parafraseando el título de Pepe. Porque eso es mayoritariamente lo que hacen las personas mayores, además de enfrentar el paso del tiempo: hablar del pasado. Recrearlo. Embellecerlo. Darle sentido a lo que en principio no lo tiene. Así es el ser humano. Luego de haber contemplado una de las más importantes conversaciones literarias del momento, vuelvo a casa y no escribo ni una sola línea al respecto.
También recuerdo el homenaje que la Cámara Peruana del Libro efectuó en diciembre de 2008, durante la Feria del Libro Ricardo Palma, en donde participé y recuerdo haber dicho sentidas palabras sobre la figura de Pepe y, justamente lo que indiqué: que es necesaria su revalorización literaria.
Pues bien, Adolph encontró en la literatura la vida con la que se aferraba a cada instante y pudo visualizar el futuro, o, en todo caso, recrearlo, inventarlo para nosotros. Como todo es relativo, para Adolph, toda la realidad es maya, ilusión, artificio, una cueva platónica, simulaciones, Matrix. La pregunta de Adolph se yergue hasta la filosofía en este punto, y tiene probables respuestas como la siguiente: “Todos los inventos humanos sirven tanto para el bien como para el mal, con preponderancia del mal… La mayoría de los grandes inventos son a consecuencia de guerras, tecnologías militares que luego se aplican a los civiles. Desde la penicilina hasta los celulares o la misma internet. Inventamos cosas maravillosas, pero las usamos preferentemente para el mal… O creemos en una presencia satánica, real, personal, o en un dios del bien y un dios del mal, que fue la que inventaron los seguidores de Zoroastro; o si no, una falla estructural del ser humano, en la linda corteza cerebral que tenemos, que sirve para todo, bueno o malo”, indica Adolph en la entrevista de El Hablador.
Por todo lo anterior, puedo afirmar que la reedición de Mañana las ratas llega en un momento adecuado, gracias al impulso que le dieron las hermanas Adolph (Patsy y Minou), de darla a conocer, en medio de la situación que vivimos, tiene un mérito enormísimo. Precisamente, qué mejor idea de publicar una novela como Mañana las ratas entre dos aspectos: uno, porque las “ratas” a las que alude la novela son los desposeídos del mundo y viven en la desolación más profunda[1]; y dos, porque ya existe un variado corpus crítico con el cual acoger la novela, ya sea en el propio Perú, Estados Unidos, España e Italia, con trabajos críticos de largo alcance como los de Elton Honores, Daniel Salvo, Leonardo Cárdenas Luque, Lucero de Vivanco y recientemente María Elena Gushiken, en el Perú; Iván Rodrigo Mendizábal, Teresa López Pellisa y Rodja Bernardoni, entre numerosísimos críticos literarios de variadas latitudes, que descubren, valoran y aprecian la obra de José.
JBA en Barranco, serio, demasiado serio, amo del tiempo y del espacio.
¿Por qué leer Mañana las ratas a 36 años de su publicación original? Principalmente, porque el año 2034, año de la ficción, ya se encuentra a la vuelta de la esquina. Y quizás no pase mucho de lo que ocurre en la distopía adolphiana, aunque notamos muchísimas actitudes de las clases altas, reunidos en torno a un Directorio global, que se asemejan a sus pares de ficción; notamos también una semejanza en la postergación de las clases bajas, llegando a límites absurdos de sordidez y descomposición social como producto de las políticas económicas del Directorio; y también notamos la insurgencia de la derecha más conservadora y fanática (aunque sumamente inteligente) en la figura del lefebvrista Cardenal Negro.
Además de lo anterior, tengo otras ideas-fuerza que paso a enumerar:
a) Se trata de una novela de enclave. Tal cual lo establecen las novelas Redoble por Rancas (1970), de Manuel Scorza, y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), de José María Arguedas, en la que una empresa o corporación se establece en una zona exclusivamente para extraer los recursos naaturales, en este caso, los minerales. Las novelas de enclave continúan así la tradición de textos como Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1553), de Bartolomé de las Casas, hasta La vorágine, de José Eustasio Rivera (1924); Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos (1929) y Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier (1953), en donde los miembros de la elite criolla son los agentes modernizadores del territorio rural o, en términos de Sarmiento, “bárbaros». Justamente, el criollo ilustrado es reemplazado, en términos del capitalismo avanzado post-Segunda Guerra Mundial, por las compañías, o bien extranjeras, como la Cerro de Pasco Mining Co., en la ficción de Scorza, o la empresa de Braschi, como en Los zorros de Arguedas. Me atrevo a señalar un vínculo, en este caso, entre la novela póstuma de Arguedas y la de José: que los “bárbaros» terminan por apoderarse del conocimiento y lo emplean para sus propios fines (que no siempre son santos, como en la novela de JBA). En Arguedas, los pescadores y, sobre todo, los trabajadores de la fábrica de harina de pescado resultan conscientes de su situación de trabajo; aunque en Adolph dicha resolución resulta imposible (ojo, spoiler alert): le envían un misil nuclear con una D enorme (de Directorio) a la base espacial de la elite ya no peruana, sino mundial.
b) Se trata de una novela de la corporación con vibra cyberpunk. Justamente, este punto resulta de un debate álgido entre la crítica peruana y latinoamericana. Mañana las ratas es una novela, la última, si no me equivoco, de las novelas de enclave y la primera, me parece, en centrarse en computadoras y corporaciones. Justo cuando la literatura peruana y latinoamericana se centraba en esta discusión entre derechas e izquierdas, Adolph nos recuerda que ese no era el debate, que el “fin de la historia”, Fukuyama dixit, ya había ocurrido. Es decir, lo que recién apreciamos y vivimos en los 90s, José ya lo había visualizado en 1977. Como ustedes saben, dichos años se conocen como la génesis del punk y, curiosamente, es el inicio de la renovación de las sagas de ciencia ficción con el estreno de Star Wars. Y 1984 se conoce no solo por la predicción orwelliana, sino porque ese año se estrenó Terminator, el inicio del enfrentamiento final entre el hombre y la máquina; y el futuro, de lo medianamente claro que estaba, se oscureció de pronto. Al igual que en Mañana, las ratas, todas estas producciones son hijas de su tiempo; y puedo afirmar con seguridad que finales de los 70s y principios de los 80s resultaron sumamente movidos, al menos para los creadores, sobre todo en el Perú, que pasó a la democracia, pero esa sensación de futuro grisáceo impregnó la literatura, con grupos poéticos, como, por ejemplo, como Hora Zero y Kloaka, y la música subterránea o “subte”. Por si fuera poco, insurgió Sendero Luminoso. Además de ello, según el investigador Elton Honores, en los 70s, Adolph se venía consolidando como autor teatral exitoso. Era cuestión de tiempo que diese el salto a la novela.
Todo lo anterior se menciona o referencia en Mañana las ratas. Desde la geopolítica, deudora de Orwell, en que el Estado-nación ha desaparecido para dar la anuencia a bloques regionales, como el Directorio o el Imperio confuciano-marxiano de Asia, todo ello vale para situarnos dentro de una atmósfera opresiva. Precisamente, el diálogo entre Tony Tréveris, el protagonista de la historia, con un piloto reclutado por el Directorio, ejemplifica lo que menciono a la perfección:
—Un día el Directorio se va a despertar más frutado que esos guardias y con un gobierno de ratas.
—No exageres, hijo. El Directorio es inderrocable. No es como los gobiernos de antes. ¿Sabes por qué caían los gobiernos nacionales? Te lo voy a decir: porque antes había política. ¿Y qué es la política? Relaciones de poder no comerciales, irrazonables, basadas en el contacto entre las gentes y en ideologías.
—Mi padre me habló del gobierno. Del último, antes de la confederación mundial. Era un caos.
—Así es. El internacionalismo democrático-comercial nos salvó de lo peor. Esto es una maravilla comparado con lo que tendríamos si no se hubiese eliminado el estado-nación… Lo único que se ha hecho es eliminar la hipocresía: nuestro gobierno regional es el primer gobierno sincero de la historia. Por primera vez, coinciden el poder económico y el político abiertamente, como debe ser. Quien sabe manejar una empresa, sabe manejar una región (Adolph, 29-30).
Evidentemente, Adolph no se imaginaba que el Perú terminaría eligiendo, 18 años antes de la ficción, en 2016, a un dueño de empresas como presidente del país: Pedro Pablo Kuzscinsky, y tampoco el rotundo desastre que ocasionaron sus decisiones, las comerciales y las gubernamentales.
En un entorno preprogramado, la corporación y las computadoras se convierten en aliados. Justamente, la elite dirigente se encuentra preprogramada a obedecer órdenes y a convertirse en espectáculo hedonista para los demás miembros de esta. Además de su esposa, todo el mundo sabe que Tréveris cuenta con una amante, representada por su secretaria. Ello es un hecho público. Sin embargo, la seducción progresiva de Tréveris a manos de la estadounidense Linda King ocurre precisamente porque nadie se debe dar cuenta, es privada, y por lo tanto, tendría más valoración. Es el tipo de vínculo que forman ambos lo que los vuelve más susceptibles a la realidad, a o que el crítico Tom Moylan llama “the dystopian turn” o el “giro distópico”. Para ponerlo en términos cervantinos, equivale al desengaño.
De ese eslabonamiento entre el carácter profético, la corporación y la informática, se puede decir que Mañana las ratas es una de las primeras novelas con vibra cyberpunk, comparable por su aparición con la misma Neuromancer, de William Gibson (1984). Se anticipa a la antología McOndo (1996), de Fuguet y Gómez; así como a la explosión de ciencia ficción latinoamericana que vivimos en la actualidad, con referentes como La primera calle de la soledad (1993), del mexicano Gerardo Horacio Porcayo; Ygdrasil (2005, 2007), del chileno Jorge Baradit; Gel azul y Los estruendos del silencio (2009), del mexicano Bernardo Fernández, o BEF; e Iris (2014), del boliviano Edmundo Paz Soldán. Todos los títulos anteriores se basan en corporaciones que anhelan acrecentar su poder de forma exponencial.
¿Por qué un Cardenal Negro? Porque es el símbolo de la desesperación de millones que se canaliza mediante los católicos ortodoxos, o cat-ox. Es el verdadero catalizador de la acción en la trama de la novela. Cuando se le introduce, y se comenta que es de inspiración lefebvrista (para quien no lo conoce, Lefebvre fue un cura rebelde, de posiciones radicales de derecha), el lector puede experimentar un crescendo. Todo el mundo en la novela habla de este personaje, pero conocerlo en persona resulta imborrable para King y Tréveris. Incluso cuando llegan a ese punto, no saben con quién verdaderamente se enfrentan. Como apunta Luque Cárdenas, el Cardenal “ha prometido al pueblo darles el paraíso, pero a sabiendas de que solo conseguirá el purgatorio”.
Al mismo tiempo, habría que abordar el Apocalipsis, el conflicto final entre las ratas y el Directorio. Lucero de Vivanco es quien se ha encargado de tratar este tema con mayores luces, sobre todo en su libro Historias del más acá. Imaginario apocalíptico en la literatura peruana, del 2013. Por supuesto, lo que garantiza el fin del mundo para algunos puede ser el comienzo para otros. Tal era el plan del Directorio Supremo: abandonar la base espacial en la luna y colonizar el resto del sistema solar. No calcularon la capacidad de respuesta de los cat-ox en esta batalla final por la supremacía. Al respecto del libro de Vivanco, el apocalipsis radicaría, para citar a José Cornelio, “en la destrucción anunciada del orden establecido desde el origen del Perú como nombre y lugar de la historia”. ¿No estará queriendo decirnos José con esta novela que el fin de la historia se resolverá en estos términos, lo que implica la destrucción del orden de cosas que hoy llamamos “Perú”? Para pensarlo.
c) Si bien Mañana las ratas trata acerca de la religión, de cómo afecta nuestras vidas, pero, sobre todo, de cómo se asume desde la política. La postura del Cardenal Negro es claro ejemplo de lo anterior: negociar con la elite, dirigirse a las masas con discursos enfebrecidos. Mañana las ratas muestra que la religión, en este caso, la católica, no solo pretende regular nuestra vida mediante el seguimiento de un ritual, sino que dicha ritualidad afecta las formas de hacer política. En la novela, se puede apreciar el enfrentamiento entre teocracia y tecnocracia. Esa es otra pregunta interesante que vengo explorando. ¿En la realidad ocurre lo mismo? En nuestros países latinoamericanos, ocurre. Vemos el caso de un cura que bendice una ciudad latinoamericana desde las alturas de un helicóptero. Urbi et orbi, literalmente. En el Perú, con la aquiescencia del gobierno, hubo alguna vez, en una época de infausta recordación, un cardenal que negó la validez de los derechos humanos no solo a un grupo, sino al conjunto de ciudadanos. Parece que el eclesiástico no se actualizó o no leyó, o mejor aún, no quiso repasar, como lo hacen los niños, el Sermón de la Montaña.
Carátula cyberpunk de la edición original, 1984.
d) Por eso, es nuestro deber, como lectores, hacer la máxima difusión posible de Mañana las ratas. Tratar de hacer pedagogía, enseñando y atendiendo lo que imaginaron los escritores en relación con el futuro del país. Antes que nadie, este libro debe ser consumido no solo por gente interesada en la literatura o en la historia, sino también, sobre todo, por politólogos, sociólogos, periodistas, ecologistas, activistas sociales, personas que tengan tal o cual postura política: en suma, es un libro para todos, sin distinción. Todos estamos escribiendo el futuro y, tal como van las cosas, el futuro se muestra más distópico que nunca. Ahora que viene la campaña electoral en el Perú, es el momento. Esa es la naturaleza y, diría también, la belleza de una ficción especulativa como la de Adolph.
Quién sabe, si quizás por la nueva edición, hasta Netflix se interese en hacer una miniserie sobre Mañana las ratas. Eso no es pedir demasiado, sino lo justo. Para concluir, solo mencionaré lo indicado al inicio. Se viene haciendo una labor interesante con el rescate de una novela que muchos consideraban que no se podía publicar. Punto por ello. Ahora, existe una abundante literatura crítica y, por lo tanto, una recepción mucho más amigable, que ya sabe de distopías, vocablo ya popularizado entre todos debido a la pandemia. Sigamos atentos a los desafíos que nos plantea la obra imperecedera de José B. Adolph.
Bibliografía
Adolph, José B. Mañana, las ratas. Lima: Mosca Azul-Cedep, 1984.
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[1] Aunque ahora viene otra interpretación, vinculada a que las “ratas” lo constituyen los miembros del Directorio Regional, acorralados en su búnker del centro de Lima. Es decir, la élite dirigente peruana, que vive, a su vez, acorralada en sus residencias-búnkeres: el sur de Lima, San Isidro, La Molina, etc.
La vanguardia histórica en el Perú es un campo que se configura desde lo conflictivo. La premisa beligerante está en las bases de su concepción, como respuesta a una ofensiva tanto política como letrada. Intelectuales y líderes como José Carlos Mariátegui señalan que «en el mundo contemporáneo coexisten dos almas, la de la revolución y la decadencia»[1], demostrando el carácter conflictivo del mismo; otros como Víctor Raúl Haya de la Torre añaden que «la unión de los trabajadores manuales e intelectuales para esta lucha, en un gran frente de acción contra el imperialismo y contra las clases dominantes […] es indispensable»[2], estableciendo así en el rol protagónico a los artistas en la lucha revolucionaria. El momento histórico de la vanguardia, por tanto, no es un espacio uniforme, estático, sino que se complejiza de acuerdo a las luchas por el poder que se llevan a cabo allí.
En ese sentido, la crítica literaria que se ocupa de este momento ha sido injusta al considerar a Xavier Abril, continuamente, como un poeta monolítico, como el poeta del Alba y el introductor del surrealismo en el Perú. Estos roles configuran una imagen contraria a la fugacidad y beligerancia estética y política que conlleva situarse en la vanguardia y sobre todo a un poeta e intelectual que en Difícil trabajo escribe: «A cualquier esfuerzo y mito que me sea enemigo, opongo mi palabra, puesto que mi vida exígeme tal lucha»[3]. Este inconformismo rebelde, azuzado por la prédica mariateguiana y reflejado en su constante participación en Amauta y otras revistas de la época, moviliza en su ser social los postulados necesarios para encumbrar una obra irreverente, producto de la confluencia de ideologías y estéticas revolucionarias. Ante la inmovilidad de la academia literaria frente a esto, Christian Elguera escribe y publica El marxismo gótico de Xavier Abril: El proceso disolvente y germinal en El autómata (Ediciones MYL, 2020), el primer libro íntegro acerca del autor.
Si entendemos la vanguardia como proceso es imprescindible también comprender a sus autores del mismo modo: como el producto de un incesante proceso de tomas de posición ante determinados hechos. Es en ese mismo sentido que se explica a Xavier Abril en este libro, como un artista ubicado entre coyunturas impactantes y específicas: «Solo de esta manera podremos comprender a El autómata como parte de un conjunto y como resultado de una evolución ideológica-estética» (p. 32), señala el autor. De esta manera, encuentra que en el poeta sucede una convergencia gradual de ambas posiciones: mientras Difícil trabajo se sitúa en la noche surrealista y en Descubrimiento del alba logra mostrar una voz abrileana plena de alba, Elguera propone que en El autómata existe una ósmosis entre el surrealismo y el socialismo sintetizada en el marxismo gótico. Es decir, el libro sobre el que centra su comentario es un tránsito entre el lúdico surrealista y el poeta puro y esteticista.
El investigador propone al marxismo gótico, en diálogo con los postulados de Margaret Cohen y Michael Löwy, como una categoría que cohesiona «un estilo mortuorio (que resalta el lado oscuro de la modernidad capitalista […]) y un estilo vital (que refleja el proyecto surrealista y socialista de un nuevo tipo de humanidad)» (p. 30). Es decir, por un lado, es una crítica al modelo capitalista y sus implicancias sociales a partir de «los mundos etéreos o fantasmáticos» que ofrece el surrealismo y, por otro lado, una propuesta de superación y germinalidad desde el socialismo y la utopía revolucionaria. El trabajo, por tanto, reparará en aquel principio que destaca en la concepción de las vanguardias históricas peruanas: una revolución integral y no esteticista, en el sentido de ser un tipo de arte desligado de su contexto social. En ese sentido, la investigación de Elguera responde a la finalidad de «terrenalizar la crítica literaria, para abandonar: el análisis formal, el dato exacto de dónde caminó o vivió el autor, la búsqueda esteticista de lo poético en clara distancia con materias coyunturales de raíz socio-política» (p. 23).
Por ello, y luego de realizar un estado de la cuestión en el que confronta las lecturas previas de la obra y desarrollar la construcción autorial e intelectual de Xavier Abril desde sus conflictos internos y sociales, propone dos niveles de lectura para la obra: el nivel mortuorio y el nivel vital, que confluyen en estilos narrativos. Estos dos estados, como ya hemos señalado, confluyen en El autómata para sintetizar la propuesta del marxismo gótico. Ambos serán estudiados desde dos perspectivas: por un lado, la sociología de la literatura de Pierre Bourdieu permitirá, desde un punto de vista más amplio, contextualizar la obra en diálogo con la lucha de fuerzas que ocupan el campo literario de inicios del siglo XX. A partir de ella el investigador realizará un análisis de las ideas a nivel estético e ideológico que están en constante confrontación en el imaginario de la época y que posibilitarán la toma de posición de Xavier Abril. Por otro lado, la semiótica tensiva permitirá el análisis específico de la obra en tanto su gradualidad de estilos narrativos. Esta metodología, además, posibilitará establecer cuál de estos dos estilos es el que predominará en el texto y que planteará la propuesta autorial. Asimismo, se vale de determinadas herramientas de la narratología, especialmente del análisis paratextual que, junto a un trabajo de archivo, posibilitará establecer al texto en la categoría de novela poemática con la que se aleja de los postulados novecentistas y entra en consonancia con las propuestas vanguardistas producto de esta crisis epocal.
El estilo mortuorio refiere al predominio de lo gótico entendido, en relación con la tendencia surrealista, como «las descripciones de la enfermedad y la muerte, la construcción de espacios opresivos» (p. 136) sumados a «las isotopías de muerte, oscuridad, cerrazón que ululan esta novela poemática» (p. 135). Todo ello interviene en la construcción de un «autómata abrileano», propuesta alejada del paradigma fantástico pues este «es producto de un contexto socio-político, un símbolo de la deshumanización en el régimen burgués-capitalista» (p. 158). Aquí, Elguera identifica, desde las posibilidades ofrecidas por su metodología, cuál es la toma de posición de Abril en este libro: la configuración de estos espacios opresivos a través de una estética determinada, en este caso la gótica, y de un autómata que se distingue de las creaciones de sus contemporáneos son estructurados de tal manera que incentiven «la acción y la solidaridad revolucionaria de los lectores» (p. 154). Es decir, el libro no se detiene en el goce estético, sino que advierte un problema en la realidad sobre el que es necesario actuar.
De esta manera, Abril postula además un estilo vital construido sobre los preceptos del mito mariateguiano, «a partir de metáforas orientacionales superiores, pero excluyendo la significación religiosa» (p. 247). Así, mientras el estilo mortuorio presenta un esquema decadente, el estilo vital «se caracteriza por la tonicidad de esquemas ascendentes, vinculados con la obtención de valores trascendentales: vida, voz, novedad, etc.» (p. 199). Este segundo estilo se construye como un proceso, un tránsito hacia la posibilidad de la construcción de la utopía socialista que guía los principios ideológicos del autor: El autómata es un germen para la revolución, una posibilidad. Esto se entiende por la cualidad de final abierto que posee la obra, pues el autor e intelectual vanguardista «nos invita a mantener la resistencia frente a los poderes del capitalismo, recordándonos nunca cejar nuestra lucha creativa y política contra la muerte» (p. 258).
Entre los méritos del libro de Elguera destaca la construcción de un marco metodológico que no abandona el texto a analizar ni el espacio contextual en el que se sitúa el autor como figura intelectual. Además, es un trabajo que reconstruye el campo literario de la época y las fuerzas que participan de él. Así, el análisis no se detiene en El autómata, sino que considera las otras obras del autor y las de sus contemporáneos que influyen en la estructura estética e ideológica. Destacamos, también, el significativo aporte que realiza en criterios bibliográficos, pues es el primer trabajo orgánico acerca de la obra de Abril. En ese sentido, celebramos el acierto de Ediciones MYL que, junto a otros proyectos editoriales, amplía el corpus crítico de nuestra literatura con la inclusión de jóvenes investigadores y lecturas novedosas.
[1] Mariátegui, José Carlos (1986). El artista y la época, p. 16. [2] Bergel, Martín (2019). La desmesura revolucionaria. Cultura y política en los orígenes del APRA, p. 80. [3] Abril, Xavier (1935). Difícil trabajo. Antología, p. 60.