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Reseña: Montevideo (2022) de Enrique Vila-Matas

Literatura, ciudades, hoteles, habitaciones y puertas contiguas

Por Omar Guerrero

Montevideo (Seix Barral, 2022) del escritor español Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es una novela (o tratado) donde la literatura, los escritores y el acto mismo de escribir (precisamente literatura, como ya es costumbre, y también predilección como sucede en la mayoría de sus libros) se presentan como los principales hechos o puntos de atención en esta trama que es bastante singular. Aunque, cabe añadir, y también advertir, que el estilo narrativo es otro elemento que no pasará desapercibido para el lector.

La historia se reduce a la visita a la habitación 205 del emblemático hotel Cervantes ubicado en la ciudad de Montevideo, Uruguay, donde transcurre un cuento de Julio Cortázar titulado «La puerta condenada» incluida en el libro El final del juego (1956). Cabe aclarar que este hotel en la actualidad ya no se llama así, pero que en esta misma habitación estuvo hospedado el mismo Cortázar entre noviembre y diciembre de 1954 convocado a unas reuniones de la Unesco, por lo que la idea de la metaficción, e incluso de la autoficción, se vuelven una recurrente a lo largo del libro, más aún para el protagonista que no deja de ser tan Vila-Matas, y a la vez, tan Sterne (Shandy), tan Melville (Bartleby), tan Cortázar (La puerta condenada), y tan, pero tan literario. Y esta es su mayor ventaja.

La novela está dividida en seis capítulos, cada una correspondiente a distintas ciudades: París, Cascais, Montevideo, Reikiavik (bastante breve), Bogotá y (otra vez) París. En el primer capítulo, un migrante español nacido en Barcelona llega a la Ciudad Luz con inclinaciones literarias; para ser más exacto, con deseos de desarrollar una escritura, pero allá, en París, se relaciona con el lado oscuro y sórdido de la ciudad, que aún así, muestra cierto encanto o atractivo, poque, a fin de cuentas, es París. Lo curioso es que en medio de estas vivencias surge la posibilidad de dejar de escribir a pesar de no haber escrito aún nada:

En París, en todo caso, no fui tan idiota de dejarme embaucar por el vacío absoluto, que era algo que ya había reventado en Barcelona la primera juventud, y me limité a permitir que me absorbiera un sinsentido controlado, rayando en lo fingido, dedicándome casi exclusivamente a recorrer a fondo, de arriba abajo, el París más canalla, el París brutal, el genial París que describe Luc Sante en The Other Paris (unos barrios repletos de flâneurs apaches, estrellas de chanson, clochards, valientes revolucionarias y artistas callejeros), el París de los marginados, el París de los exiliados antifranquistas con su bien organizada red de venta de drogas, el París de los destrozados, el París del gran vértigo social. (p. 10)

[…]

Mi mundo en París se redujo a un modesto espacio en el que reinaban traficantes de poca monta y a algunas fiestas de vez en cuando con decaídos exiliados españoles, fiestas baratas, pero con bastante vino tinto, y de las que únicamente recuerdo que adquirí la costumbre de despedirme diciéndoles a los pseudoamigos o conocidos, a todos, sin excepción:

               ¿Ya sabéis que he dejado de escribir?

               Y casi siempre alguien saltaba enseguida para corregirme:

               ¡Pero si tú no escribes! (p. 11)

Y esta «extraña» decisión de dejar la escritura se presenta como una contradicción porque en París todos quieren escribir. Para eso se cita una aseveración textual del mismo Ciorán: «Los franceses ya no quieren trabajar, todos quieren escribir» (p 13). Y ante estas variantes sobre la escritura, toma la palabra el personaje, que es muy deductivo, sólo para enumerar cinco tendencias (o formas de escritura o de escritores) en torno a esta labor:

  1. Quienes no tienen nada que contar.
  2. Quienes deliberadamente no narran nada.
  3. Quienes no lo cuentan todo.
  4. Quienes esperan que Dios algún día lo cuente todo, incluido por qué es tan imperfecto.
  5. Quienes se han rendido al poder de la tecnología que parece estar transcribiéndolo y registrándolo todo y, por tanto, convirtiendo en prescindible el oficio de escritor.  (p. 16)

Cada una de estas tendencias es el registro de lo que se verá en las siguientes páginas, donde lo literario, y más aún, la escritura, con la presencia de otros elementos, como escritores y/o personalidades (sobre todo culturales), junto a otros hechos, entre ellos muchos viajes, encuentros y desencuentros, quienes se presentan como los componentes que va contando una historia que gira sobre la literatura y más aún sobre el estilo que se desarrolla en ella (o que se busca desarrollar). Un ejemplo de ello es Antonio Tabucchi, a quien el personaje de este libro-novela-tratado-ensayo presenta como un artífice de lo innovador, sobre todo con un libro como Dama de Porto Pim:

«maravilloso libro fronterizo publicado en Palermo y traducido en Barcelona en febrero de 1984, libro tan dispar como unitario que reunía en muy pocas páginas cuentos breves, fragmentos de memorias, diarios, de traslados metafísicos, notas personales, una breve biografía de Antero de Quental, astillas de una historia cazada casualmente en la cubierta de un barco, recuerdos inventados, mapas, bibliografía, abstrusos textos legales, canciones de amor: toda una serie de elementos, algunos a primera vistas enemistados entre sí y sobre todo enemistados con la literatura, pero transformados por una firme voluntad literaria en ficción pura». (p. 25)

Con la cita sobre Tabucchi hay otro indicio revelador (y anticipatorio) de lo que está por venir en las siguientes páginas, pues los fragmentos que conforman cada capítulo contienen una serie de deducciones sobre sobre eso mismo que le concierne al personaje del libro y que invita al lector a convertirse en cómplice bajo el efecto de tanta fascinación y apego y que no es más que la literatura. De esta manera empiezan a desfilar y a mencionarse nombres como Melville, Kafka, Voltaire, Hemingway, Monterroso, Bárbara Jacobs, Robert Walser, James Joyce, Laurence Sterne, Roberto Bolaño, Julio Cortázar, Lezama Lima, Mallarmé, Clarice Lispector, Julian Gracq, Ida Vitale, Felisberto Hernández, Borges, Macedonio Fernández, Madeleine Moore (calificada como un artista que metaboliza referencias literarias y cinematográficas, arquitectónicas y musicales, científicas y pop. Y que crea como nadie «habitaciones», «interiores», «jardines» y «planetas») (p. 67), John Banville, Rodrigo Fresán (cita de referencia de estos dos últimos: Conecta también Fresán con un estilista genial, John Banville. Ambos son escritores más comprometidos con el lenguaje y sus ritmos que con la trama, los personajes o el ritmo de la historia) (p. 77), etc, etc.  Y es que conglomerar a toda una serie de nombres, citas, referencias, experiencias, vivencias y demás cosas en torno a la escritura es precisamente eso que se define como escribir. Aquí un ejemplo de esta misma definición demostrada a lo largo de estas páginas:

Escribir es, como decía el doctor Johnson, expresarse por medio de letras, es grabar, es imprimir, es ejecutar la escritura, es actuar como autor, es hablar en los libros, es reírse de las moscas de origen belga, es expulsar a la Tierra fuera del Sistema Solar, es extraer algo de la nada, es hablar sin que nadie te interrumpa… (p. 73)

Otro elemento que se presenta en el libro es el cine. En el capítulo dos, titulado «Cascais», se cuenta sobre un festival y el acercamiento a ciertas personalidades como David Cronenberg, las lecturas del emblemático Cahiers du cinéma y la presencia de viejos actores que han quedado en el imaginario fílmico (antes de finalizar el capítulo previo también se hace mención sobre una película y personaje de Michelangelo Antonioni).

En el tercer capítulo titulado «Montevideo» se aborda de manera directa la visita a la habitación 205 del hotel Cervantes en Uruguay. Ahí se hace una intertextualidad con la historia del cuento de Cortázar, que se parece mucho, por coincidencia, a otro cuento de Bioy Casares: «Un viaje o El mago inmortal», donde lo fantástico se vuelve un elemento predominante (mención aparte de llantos de niños, llaves, maletas y arañas). Por supuesto que al abordar la ciudad de Montevideo se toma en cuenta otros referentes de la ciudad como la parte vieja, la librería de Mario Levrero, los versos de Idea Vilariño o los cuentos de Juan Carlos Onetti.

En el capítulo titulado «Bogotá» es imposible no dejar de mencionar la visita que hace el personaje a la Biblioteca Nacional de esta ciudad, fundada en 1777, donde muchos años después, según la información recabada por guías e informadores, aparecería un joven Gabriel García Márquez (Gabo para los amigos) sólo para refugiarse ahí y estudiar en silencio. En este mismo capítulo, lo fantástico se hace presente con menciones a puertas invisibles o pasadizos conectores con otros espacios y tiempos, sobre todo si se encuentran dentro de algún hotel.

En el último capítulo titulado «París» se vuelve reiterativa la frase de «levantarse para volver a ser», y que se presenta como una continuación a este viaje o periplo que no se agota, pues la literatura supera cualquier vicisitud de la realidad, de la vida misma, e incluso, de los propios misterios del universo, ya sea a través de la ficción. Sólo de esta manera se determina que este viaje continúa, de una u otra manera, y ahí radica su mayor fascinación. La lectura de este libro es una invitación a ello, lo que resulta ya imposible de rechazar. 

*****

Datos del libro reseñado:

Enrique Vila-Matas

Montevideo

Seix Barral, 2022

Puntaje: 4.5/5

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