El poeta saca a la palabra de su cauce lingüístico y le confiere otra posibilidad de sentido, incluso, puede manifestarla en su versión inversa, lo cual no quiere decir que la convierta en silencio sino que la vuelve aquello que no habla.

 

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Roberto Juarroz y las posibilidades del discurso poético

por Omar Ardila Murcia

 

I. La Posibilidad Extrema Del Lenguaje

A la memoria de Roberto Juarroz

Con la obra de Juarroz asistimos a una sucesión de rupturas que van desmembrando silenciosa y contundentemente las múltiples “aprehensiones” extraviadas del ser. Un lector que se arriesgue a vivir esa desposesión encontrará, sin duda, vertientes de inusual recorrido en la tradición literaria. Muchos esquemas anteriores de pensamiento se ponen en duda. Su propuesta poética nos vapulea palabra a palabra, silencio a silencio, y sólo nos deja una posibilidad para persistir: aceptar un nuevo nacimiento por medio de la creación. “La poesía es acabar de nacer en quien la hace y en quien de veras la recibe”... “recibir la poesía y volverla a crear en uno mismo” (Juarroz 1991). De acuerdo a Nietzsche lectura, necesariamente, deviene en escritura, y que dicha escritura debe hacerse “con sangre” (espíritu), Juarroz también nos invita al acto místico de la transformación de la vida con la palabra llevada al extremo de la condición humana. Poco a poco vamos estableciendo una relación entre la poesía y la vida interior: “la poesía como liberación y aplicación de la energía interior” (Juarroz 1991).

Según nos refiere el mismo autor, su renovación por la poesía, al asumirla como forma de vida, como modo del ser, comenzó tras encontrar expresiones despojadas de unidad en gran parte de los escritos poéticos que lo habían acompañado; y por eso se propuso escribir “una poesía más ceñida donde cada elemento estuviera como algo insustituible... Una poesía que no se limitara a cultivar lo atmosférico o las reacciones sentimentales, sino que tuviera (osara tener) la posibilidad de reunir de una vez por todas lo que ha sido tan falsamente dividido: el pensar y la emoción” (Juarroz 1998). Partiendo de ésta clara intención, es que creó su obra poética a la que llamó: Poesía Vertical.

Igualmente, la experiencia en la variable vertical, estuvo presente en varias de las meditaciones del filósofo Gastón Bachelard. Según éste, la dinámica integradora del psiquismo humano se completa cuando exploramos el eje imaginario que rompe con los referentes sensibles de la relación con el tiempo sujetado. “Todas las emociones sutiles y reprimidas (la vida del alma) tienen una diferencial vertical ”... “El eje vertical bien explorado puede ayudarnos a determinar la evolución psíquica humana, la diferencial de valoración humana” (Bachelard 1993a). El tiempo, pues, en su escenario vertical, tiene la posibilidad de detenerse para explorar la profundidad o la altura, en instantes con perspectiva metafísica (instantes poéticos). “La poesía es una metafísica instantánea” (1993b). Es a través de la imaginación dinámica que logramos comprender que “algo en nosotros se eleva cuando alguna acción se profundiza —y que inversamente, alguna cosa se profundiza cuando se eleva” (1993a).

Con la vivencia vertical, también reafirmamos eso que Martín Heidegger expresara en su acercamiento a Hölderling: es preciso “poetizar aquella esencia que nunca puede ser esencial”. Y luego nos aclara que “el ser y la esencia de las cosas no pueden ser calculados ni derivados de lo existente” sino que deben ser libremente instaurados (“creados, puestos y donados”) en el reino de lo imaginario. El ser (lo permanente) se instaura por medio de la poesía —“por la palabra y en la palabra”—. Se afirma la existencia humana cuando la palabra se vuelve “traductora” de la esencia de las cosas. La poesía es una continua renovación, una creación libre que “no toma el lenguaje como un material ya existente sino que ella misma hace posible el lenguaje” (Heidegger 1997).

En el escrito de Juarroz sobre la creación poética queda ratificado que la apuesta de su poesía es por la renovación permanente en el eje vertical. Su obra tiene virajes inesperados, a veces antagónicos por la manera como lleva el lenguaje a sus posibilidades extremas, de tal forma que una fracción más de estiramiento, inmediatamente regresaría la palabra a su versión opuesta. Su caminar, pues, es en el extremo de la existencia —que puede ser no existencia—: asume la poesía como vida única, última, que no se repite.

Pero lo que se transluce en el fondo de la obra poética de Juarroz, es un llamado a la integración del ser. La posibilidad vertical no es para negar nada sino para profundizar todo, para completar el mundo tras haber creado nosotros mismos una inmovilizante escisión que nos llevó al desequilibrio. Así las cosas, para volver a equilibrarnos no nos queda otra salida que la expresión, aunque sea balbuceo —de hecho “toda palabra es balbuceo”—; sin embargo, “decir es la salvación del desequilibrio del hombre”. Por tanto, la expresión —que es creación— es la “salud del hombre”, es “el ser del hombre” (Juarroz 1991).

La plurivalente apertura vertical descansa en el extremo de la unidad, “es lo uno y lo otro, lo uno y lo que está más allá, juntos” (Juarroz 1991). Según Bachelard, “es el principio de una simultaneidad esencial en que el ser más disperso y más desunido conquista su unidad” (1993b). Evidentemente, la poesía no es ficción, es creadora de realidad, es un agregado a la realidad para ir por la totalidad. Para Juarroz, la poesía “es la mayor realidad posible porque es la que cobra conciencia real de la infinitud” (1998). De esta manera, la creación poética es un triunfo sobre la soledad. “El poema es una presencia que hace que la vida humana esté un poco menos sola” (1991). Juarroz proclama su victoria sobre la soledad a lo largo de sus catorce poesías verticales; sin concesiones con la versión restringida del mundo, que ha hecho del poeta un trasgresor, un marginal, un fuera de la ley... Por fortuna, siguen existiendo esos seres que establecen rupturas... ¡Aquellos necesarios para que todo vuelva a integrarse!

Luego de acercarnos a la creación de Roberto Juarroz, la pregunta sobre ¿Qué es la poesía? Sigue sin tener respuesta —“sigue siendo como las grandes preguntas”—, pero fieles a la indicación del poeta, aceptamos que al contemplar y asumir esa pregunta en el interior de cada uno, podríamos hallar la presencia de la poesía —que no quiere decir una respuesta, pues no hace falta— y vivirla y crearla todos los días.

La poesía no es un “producto” que pueda consumirse. Tampoco es un sistema, por lo que no hay sistema para acercársele. Sin embargo, tras volver a vibrar con la singular poesía de Juarroz, entendimos que “la única aproximación o explicación de un poema, cuando uno lo ha leído, consiste en volver a leerlo de nuevo” (1991), por ello, volvimos a leer la Poesía Vertical y nos aventuramos a expresar por escrito y con énfasis, nuestras múltiples interjecciones que vieron la luz al recorrer las catorce obras.

 

II. “Reacciones Estéticas” Ante Las Catorce Poesías Verticales

“Mucho más que las vinculaciones entre poesía y biografía interesa la relación entre la poesía y la vida interior” (Juarroz 1980) (1)

 

2.1. Primera Poesía Vertical: La “red de mirada” que integra el mundo

De entrada, Juarroz concentra su creación poética en la reflexión sobre los eventos no visibles a través de la “red de mirada” que nos define el mundo, pero sí posibles de imaginar, de crear por medio del pensamiento. Esa concentración en lo no visible pero sí imaginable —desde su condición de poeta vertical— es una puesta en duda de las tradicionales formas racionales (horizontales), impuestas y asumidas como universales.

En su forma de comunicación, presenta afirmaciones al inicio de los poemas, las cuales, en los versos finales, pueden ser revaluadas o simplemente, colgadas en otro escenario posible de pensarse (de ser). Siempre espera algo más que la visión dicotómica, de opuestos; que es la, usualmente, aceptada como constructora de la existencia. Para el poeta, siempre hay un “fondo de las cosas” —un espacio más allá del límite que nosotros concebimos, pero que puede ser una continuación de éste, o éste y su sombra— que es la suma de todos los eventos. Eventos que pueden ser realidades o, apenas, posibilidades que se trascienden a sí mismas (en su aparente distancia), precisamente porque no buscan trascendencia.

Pero el pensamiento que nos permite ir a lo “invisible”, también está sujeto a dudas, pues también tenemos la opción de no pensar —darle vida a la ausencia— y así, salvar a la ausencia. Tenemos, al menos, la posibilidad de salvar algo. El nombre de la ausencia, resultará siendo la más interesante presencia. Es la presencia que deja a la soledad sin fundamentos. Incluso, la palabra no requiere ser dicha para que actúe y se nos manifieste. Hay una palabra que define el poder de la misma palabra: ¡Intención! La acción de la palabra es intención, aunque no se nombre. Lo que le da vida a la palabra es su propia acción: intención.

Nuestro itinerario es una continua caída, sin embargo, en aquella caída, hay instantes de control, de dominio (intervalos de la caída), y esos instantes pueden hacernos olvidar de la caída. ¡Podemos pensar lo inevitable como se piensa un olvido! Evidentemente, la caída es un camino, pero podemos encontrar otros caminos que nos conduzcan por lugares distantes de nuestros mayores referentes (la muerte, el nacimiento, el origen, la nada). Dichos caminos, serán un espacio sin espacio. Por tanto, es preciso recomponer el camino (ya que tenemos esa posibilidad) si, algún día, despertamos ensalzando la muerte o siendo su cómplice.

Si uno encuentra de pronto que lleva entre las manos
un ramo del color de los niños perdidos
o de los ojos de los muertos,
ya no puede seguir doblando las esquinas,
ni doliéndole como siempre a las ventanas,
ni haciendo un torniquete del pasado
entre espirales de perros
y oraciones sin dios.

Es preciso entonces conseguir un lugar
donde el amor y la luna
se expandan en envases separados
y la muerte baje por una ranura y no muy cara.

(I Poesía Vertical. No. 48)

Un posible camino, puede ser el del recorrido erótico, de punta a punta. Llegar al fondo del otro por medio del vehículo de la palabra. La palabra será, entonces, un amante permanente: la “red de mirada” imperceptible que alberga el movimiento amoroso en su profundidad. Esa red (filamento) es la continuación en el tiempo de nuestra real ausencia.

Algún día encontraré una palabra
que penetre en tu vientre y lo fecunde,
que se pare en tu seno
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.

(I Poesía Vertical. No. 51)

Como el tiempo que se pierde a sí mismo en su continuo paso, es la pérdida de todo. Y si logramos acoger esa pérdida, entonces, se nos abre un camino de esperanza, pues hasta es viable la pérdida de la muerte. No obstante, siempre hay alguien muriendo. El mundo es la seguridad de la muerte de alguien.

Y aunque te estuvieras muriendo,
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.

Por eso, si te preguntan por el mundo,
responde simplemente: alguien está muriendo.

(I Poesía Vertical. No.37)

 

2.2. Segunda Poesía Vertical: El centro (la ausencia) y la caída (la senda de la vida)

Ahora, el objeto de la búsqueda se dirige hacia el centro, vivenciado como ausencia. Un trasegar por la ausencia que nos lleva a dudar del “estar” en algún punto. Y cuando hayamos asumido el “no estar” (triunfo de la ausencia), aparecerá un nuevo centro para darnos impulso. ¡La pérdida es el inicio de otra pérdida!

Contrario a la anterior relación con la caída, aquí se nos propone descender con lo perdido, dejando todo en el olvido. Descender con tanta seguridad de la caída, de tal forma que ya no se puedan dar más sobresaltos para acelerar o contener la caída. Esa será la ruta para un andar seguro , afianzando la vida con la fuerza de la caída —que puede ser ascenso (en la posibilidad vertical del pensamiento)—. Sobre el pensamiento vertical, Bachelard dijo lo siguiente: “La caída debe tener todos los sentidos al mismo tiempo: debe ser a la vez metáfora y realidad” (1993a). Incluso, se puede caer “de sí mismo en sí mismo”, y para ello, es preciso desplazar el mirar como impulso inicial: encontrar otras puertas que nos saquen de sí, que nos conduzcan hacia otros lugares donde, seguramente, se halle nuestra “primera copia”. También apuntó Bachelard que “la caída imaginaria es una realidad psíquica que domina sus propias ilustraciones, que gobierna el conjunto de sus imágenes” (1993a). La altura no es la dirección positiva, pues vemos que es la caída una constante predominante. La “caída hacia arriba” es la que se apodera del mundo poético.

Si alguien,
cayendo de sí mismo en sí mismo,
manotea para sostenerse de sí
y encuentra entre él y él
una puerta que lleva a otra parte,
feliz de él y de él,
pues ha encontrado su borrador más antiguo,
la primera copia.

(II Poesía Vertical No. 52)

Es decir: partir, irnos —sujetados o limitados— pero partir, aunque el camino sea la sujeción de los pasos (por los que se dieron, por los que no se dieron y por los que nunca se darán).

Pero todos se van con los pies atados,
unos por el camino que hicieron,
otros por el que no hicieron
y todos por el que nunca harán.

(II Poesía Vertical No.69)

Al fin, todos tendremos que irnos, que iniciar la caída en otra parte, pero antes, debemos “enterrarlo todo”: la nada que es la existencia.

Lo enterraremos todo...

Lo enterraremos todo...
[...]
Y menos mal que no habrá nadie
para escarbar luego bien hondo
y descubrir que no hay nada enterrado

(II Poesía Vertical No.73)

 

2.3. Tercera Poesía Vertical

2.3.1. La separación 

Un “efecto paradojal” recorre el proceso del conocimiento. Aprender a desconocerse —romper la rutina del pensamiento— es el camino para conocerse. Separar el yo del “otro que lleva mi nombre”, encontrar los puntos de divergencia que se cruzan en un determinado instante. “Conocerse a sí mismo” es reconocer lo que hemos asumido como nuestro pero que no nos pertenece. Luego, quizá, encontremos que “uno no era igual a uno”... ¡Era menos! Sólo así, entonces, la existencia tomaría una dinámica de levedad que la llevaría al ascenso continuo en el eje imaginario.

El otro que lleva mi nombre
ha comenzado a desconocerme...
[...]
imitando su ejemplo,
ahora comienzo yo a desconocerme.
Tal vez no exista otra manera
De comenzar a conocernos.

(III Poesía Vertical No.2 – Poemas de Otredad)

De similar forma, las cosas podrían estar en otro lugar distinto del que ocupan. Explorar esa vertiente es abrirnos hacia un nuevo espacio en el que el ascenso y la caída sean eventos ambivalentes —apertura evidente al mundo vertical—. Se presenta una ruptura con la anterior forma de asumir el tiempo y el movimiento: nos quedamos inmóviles como si le prestáramos la vida a la muerte o como si la muerte nos hubiera prestado la vida. Asimismo, la palabra puede ejercer todo su potencial tanto en el “juego de lenguaje” en que la inscriban como en su quietud, su ausencia, su estado anterior a la puesta en escena.

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1 Queremos hacer notar que no nos hemos detenido en la biografía de Roberto Juarroz. Seguimos la sugerencia del autor, según la cual “la poesía no se explica por circunstancias exteriores” y preferimos concentrarnos en la vida interior de los poemas y en las “reacciones prácticas” que nos surgieron a lo largo de la lectura-escritura.

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