Comenzaré
con una pregunta que puede traernos recuerdos a la
mayoría de los presentes: ¿qué
experiencia suscita la escritura de un diario? Para
quienes han tenido el deseo o el proyecto de registrar
los acontecimientos que han sobrellevado en el transcurso
de sus días, un diario es una empresa que guarda
dos motivaciones fundamentales: la primera se sostiene
gracias al deseo de pronunciarse como protagonistas
de una vida que les pertenece; la segunda dentro
del intento de conservar una memoria de lo acontecido,
la de seleccionar entre las experiencias diarias las
que sean más representativas en cuanto al acto
de enunciar una existencia. Dicho de otro modo, las
que merezcan materializarse a través de la
palabras.
Al
respecto en el primer ensayo escrito en el Perú
sobre el tema, "En torno a los diarios íntimos",
Julio Ramón Ribeyro señaló que
la cotidianidad era una característica definitiva
del género. Este elemento se manifiesta en
el propósito de querer registrar, mediante
la escritura, la experiencia vital de un yo, considerando
que tal experiencia no es necesariamente diaria sino
que guarda, principalmente, una periodicidad, una
constancia impuesta por esa subjetividad organizadora.
Asimismo, Ribeyro indicó que todo diario íntimo
se escribe bajo el principio de veracidad o, mejor,
presunta veracidad, teniendo como personaje al propio
autor a diferencia de las novelas en forma de
diario que tienen como supuesto autor a un personaje
con independencia psicológica. Finalmente,
puntualizó que por ser una escritura cotidiana,
dependiente de los vaivenes de la existencia, carece
de una trama preconcebida.
La
escritura de un diario sirve, en este sentido, para
dejar en palabras la exploración de nuestro
día a día. En ese texto que se compone
de experiencias, y en el cual guardamos bajo fecha
exacta nuestro devenir, se va formando y configurando
una identidad que no existe antes de estar escrita,
sino que se representa cuando pasa por la experiencia
de la escritura. El diario, entonces, supone el enfrentamiento
de un "yo" con el presente. En oposición
a la escritura diaristica, lo fundamental de la autobiografía
sería la retrospección, el traslado
del pasado al presente para con ello formar una estructura
de relato coherente, estableciendo el sentido de lo
vivido. La escritura de un diario, es fundamentalmente
existencial, mientras la autobiografía buscaría
lo esencial del pasado, esos lugares claves de evolución
o revelación donde uno inscribe su relato autobiográfico.
Como
indica Karl Weintraub en su destacado ensayo "Autobiografía
y conciencia histórica" si uno asume su
vida como el desarrollo de un modelo racional el pasado
será evocado a la luz de los elementos que
"revelen" una "evolución"
hacia un determinado momento ideal de la existencia
racional. Por el contrario, un hombre dedicado a Dios
interpretará su pasado como un conjunto de
momentos en que se "revela", primero, su
necesidad de la deidad y, después, los momentos
que suponen un crecimiento espiritual (el extremo
de esta experiencia sería la escritura hagiográfica,
que es el relato de vida de los santos).
Volviendo
al diario, es importante precisar que la experiencia
del tiempo no está separada de una reflexión
sobre la existencia y el ahora y todo lo que pueda
involucrar ese momento. Ese yo que se representa durante
un día, un presente que se guarda cronológicamente,
evidencia el deseo de denominar de modo más
experimental la propia existencia.
En
general, tanto un diario como una autobiografía
se representan a través de un relato en prosa.
Pero ¿qué sucede cuando el autor no
es un narrador sino un poeta que registra sus experiencias
"diarias" durante 7 años no a través
de la prosa sino por medio de versos y, más
precisamente, a partir de sonetos? Este es el caso
de Martín Adán en su Diario de Poeta.
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(*)
Ponencia presentada en el Coloquio Internacional Martín
Adán, organizado por la Pontificia Universidad
Católica del Perú en octubre de 2003.
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