Nº 19
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reseña    

Roberto Bolaño

 
Los sinsabores del verdadero policía
Barcelona, Anagrama, 2010. 325 pp.
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Sinsabores policiacos

La aparición de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño (Santiago, 1953) en 1998 significó, entre otras cosas, el epílogo del “Boom” de la novela latinoamericana. A partir de ese momento, el escritor chileno marcaba la pauta para las futuras novelas, textos que no debían repetir la tradición precedente, obras que debían contener elementos políticos, sociales y culturales de la actualidad. Por eso, la aparición de 2666 en 2004 fue providencial: una gran novela en un nuevo siglo. Cuando Alan Pauls dijo que este libro era un OLNI (Objeto Literario No Identificado) resumió mejor que nadie el desconcierto positivo que generó el texto. En ese sentido, si hay un consenso sobre Bolaño, ese es su papel parricida de una tradición que enquistaba a los lectores en la espera de libros que se repetían en fondo y forma, textos que vendían por pertenecer a autores “consagrados”. Por eso la publicación de Los sinsabores del verdadero policía (Anagrama, 2010) nos exige una reflexión en torno a aquellos elementos que han hecho de Roberto Bolaño un escritor renovador.

Los sinsabores del verdadero policía está dividida en cinco partes, cada una de las cuales de gran nivel literario, salvo algunas incongruencias en el estilo de la narración y la estructuración, saldos propios de la articulación extra-literaria, ya que la novela no fue dejada lista por el autor, sino que fue ensamblada por los responsables de los escritos. Siguiendo el estilo de Bolaño, la novela cuenta varias historias; sin embargo, podemos organizarlas en tres grupos. Primero está la historia de Óscar Amalfitano, crítico literario chileno, que vivirá una relación de descubrimiento con el joven poeta Joao Padilla, uno de sus alumnos en la Universidad de Barcelona. En segundo lugar, la historia de J.M.G. Arcimboldi, un escritor francés perdido cuya obra Amalfitano descubre mucho antes de que la fama del francés se generalice en España y Europa. Finalmente, la historia de Pancho Monje, hijo de una de las Marías Expósito de Villaviciosa. En cada grupo intervienen muchos personajes, muchas situaciones y muchas complicaciones argumentales que convierten a la novela en un artefacto de producción de tramas, historias que nunca se cierran, que se abren cada vez más generando el sinsabor de la inconclusión en el lector.

Por el título podríamos pensar que se trata de una novela policial. No es así. Como ya dijimos, el título alude al efecto que provoca la novela en el lector. La narración está en tercera persona, un narrador que articula las voces y miradas subjetivas de los personajes cuando, en un mismo párrafo, cede la posta a la reflexión, opinión o comentario de estos. Por otro lado, la novela genera poca tensión pues la trama se desenvuelve con aparente tranquilidad; sin embargo, hay momentos donde el lector se llena de intriga. La prueba es el momento en que se cruzan la historia de Óscar Amalfitano con la de Pancho Monje. Pedro Negrete, comisario de Villaviciosa, ordena a Pancho seguir los pasos del chileno, averiguar todo sobre él. En las páginas subsiguientes esperamos que pase algo, que se descubra un misterio, que la trama de un vuelco total, pero todo se atenúa y el desarrollo va en otra dirección. Por el lado del lenguaje, de la prosa de Bolaño, no se siente la perfección de otras novelas, parece que no terminó de pulir esta, pero hay momentos en los que recordamos al mejor Bolaño; por ejemplo, cuando se narra, a través del pensamiento de Amalfitano, la violación a Rimbaud por un grupo de soldados: “Todo estaba claro, pensaba Amalfitano entonces, el poeta adolescente degradado por la soldadesca justo cuando se dirigía, ¡a pie!, al encuentro con la Quimera, y qué fuerte era Rimbaud, pensaba Amalfitano renunciando ya a cualquier consuelo, emocionado y admirado a partes iguales, para escribir casi inmediatamente después el poema, con el pulso firme, las rimas originales, las imágenes que oscilaban entre lo cómico y lo monstruoso…” (pp. 138-139).

La existencia de personajes está relacionada con la aparición de historias. Así, en cada grupo señalado hay una gran cantidad de actores. Esto nos recuerda lo que ocurría en la segunda parte de Los detectives salvajes: todas las voces que aparecían, en lugares y tiempos distintos, tenían como defecto una cierta homogeneización, no eran muy marcadas las diferencias en los registros. Ahora, esto no ocurre en Los sinsabores. Sin duda, hay menos personajes, pero cada uno de ellos responde a su idiosincrasia sin caer en estereotipos. Por otro lado, la historia que monopoliza casi toda la novela es la de Amalfitano y Padilla, sin embargo, hay un tercer elemento involucrado, algo entre los dos. Como dice Masoliver Ródenas en el Prólogo del libro, parece que entre ellos está el lector. Habría que añadir que este lector tiene un papel activo en el desentrañamiento de lo que ocurre entre ambos personajes. Por esto, el lector es lo que Ricardo Piglia, en la primera entrevista de Crítica y ficción, entiende por crítico literario, es decir, el detective que busca los rastros o huellas dejadas por el escritor-criminal para tratar de ordenar, establecer y aprehender los contenidos de la trama.

Uno de los elementos que caracteriza la narrativa de Bolaño es el uso del contenido literario como protagónico dentro de las historias. Es cierto lo que Masoliver Ródenas dice cuando asevera que más que metaliterarios son intraliterarios, ya que están involucrados y forman parte del desarrollo argumental. Precisamente, las mejores páginas de la novela, incluso de toda la obra de Bolaño, son los momentos intraliterarios. Cada una de las cinco partes de Los sinsabores mantiene un buen nivel, pero el tercer capítulo (“J.M.G. Arcimboldi”) es, sin duda, el mejor. Esta parte corresponde a la lectura que hace Amalfitano de las obras del escritor francés, así como de algunos datos que envuelven la vida de Arcimboldi. Cada apartado está hábilmente nombrado y organizado. De esta manera, cuando nos describen las tramas de las novelas de Arcimboldi nos convencemos del gran inventor de historias que fue Roberto Bolaño. Es más, podemos aseverar que en la novela La perfección ferroviaria (Gallimard, 1964, 206 pp.), de Arcimboldi, está sintetizada la poética bolañiana: “Novela compuesta por noventa y nueve diálogos de dos páginas cada una, aparentemente sin ninguna ilación entre sí. Todos los diálogos transcurren a bordo de un ferrocarril. Pero no en un mismo ferrocarril, ni siquiera en un mismo tiempo” (p. 213).

Es una constante en la narrativa de Bolaño las historias inconexas, las peripecias paralelas, los personajes entrecruzados y las anécdotas intemporales. Asimismo, no olvidemos los otros momentos intraliterarios, por ejemplo el inicio de la novela (“Para Padilla, recordaba Amalfitano, existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual” (p. 21)) presente, no como inicio, en Los detectives salvajes. Este es precisamente el otro factor determinante: el cruce entre tramas de otras novelas. Hay muchos ejemplos pero quizá el más importante sea el hecho de que Arcimboldi es un escritor perdido en Los sinsabores; asimismo, en 2666, Benno von Archimboldi también es un escritor perdido al que muchos personajes van a buscar. Finalmente, la búsqueda es un tema que emparenta 2666 con Los detectives salvajes, donde Arturo Belano, Ulises Lima y García Madero van en busca de Cesárea Tinajero, fundadora del realismo viseral. Roberto Bolaño es uno de los escritores que más guiños intertextuales realiza entre sus novelas.  

La novela se desarrollo sobre muchos espacios geográficos. Al inicio todo ocurre en Barcelona donde Amalfitano y su hija Rosa tratan de adaptarse a la vida catalana con la ayuda de Antoni, Anna y Jordi Carrera. Luego Amalfitano y su hija Rosa deberán dejar España por la relación que sostuvo el primero con Joao Padilla. Así llegarán a Santa Teresa donde le ofrecieron una vacante de profesor a Amalfitano. Ya en México, se produce un desarrollo desordenado y por retazos de la historia de dicho país hasta llegar al nacimiento de Pancho Monje, hijo de la última María Expósito. Pancho Monje tiene un papel importante en la novela: gracias a él podemos enlazar la historia del pueblo de Villaviciosa con la de la localidad de Santa Teresa, todo enmarcado dentro de la extraña aparición de mujeres asesinadas en el estado de Sonora, otro tópico recurrente en Bolaño. Así, el desorden en la aparición de los espacios se condice con la concepción intemporal presente en la novela. Los flashback no perturban nuestro entendimiento de las historias, le dan un matiz diferente, una marca propia de Bolaño.

Los temas se van sucediendo de acuerdo al desarrollo de la trama. En ese sentido, son muchos pero si debemos mencionar al más importante, ese es el descubrimiento. El punto de inicio se produce cuando Amalfitano descubre su verdadera identidad al involucrarse con Padilla, gracias a esto  la novela se desarrolla. La expulsión de Amalfitano de la Universidad de Barcelona fue consecuencia de la relación poco convencional con su alumno. Así, ese descubrimiento provocará tensiones y fricciones no solo en el entorno social de Amalfitano, sino también con su hija Rosa. También tendrá satisfacciones, primero con el mismo Joao Padilla y luego con Castillo, su segunda pareja homosexual, ya en Santa Teresa. Por otro lado, otro tema que marca la pauta en la novela es la muerte, pero no presente de forma burda y poco estilizada, sino sugerida y bien atenuada. De esta manera, una vez separados, Amalfitano y Padilla mantienen contacto a través de cartas. En una de ellas, Padilla le contará que anda escribiendo una novela llamada El dios de los homosexuales. ¿Quién podría ser ese Dios? ¿Por qué ese título? Son preguntas que Amalfitano y el lector se hacen. Masoliver Ródenas llega a la conclusión de que ese Dios es el SIDA. Debemos agregar que luego, ya casi culminando la novela, aparece un personaje femenino que le cambia la vida a Padilla: una chica llamada Elisa. Como su nombre, parece que ella es la prueba de la muerte, la prueba de Dios, del SIDA.

Asimismo, hay dos temas que destacan en la novela porque rebasan sus fronteras textuales: la búsqueda y la valentía. Ya vimos que la primera es un elemento intrínseco a la obra de Roberto Bolaño y Los sinsabores no es la excepción. Pero ahora esta búsqueda también la hace el lector-detective, como nos aclaró Piglia. Solo debemos agregar que la satisfacción este lector-detective no está en el final de la novela, sino en el proceso, en toda la lectura, a lo largo de sus más de trescientas páginas. Y, finalmente, tenemos a la valentía, un elemento siempre presente en las vidas de los poetas que representa Bolaño en sus libros. Mediocres o buenos, el solo hecho de ser poeta ya es un indicio de valentía. En Los sinsabores, el valiente no solo es el poeta Padilla sino también Amalfitano, quien no temió perder todo por su ideal socialista (que le costó muchas cosas ya que más sencillo hubiera sido vivir adaptado a la vida coyuntural chilena) o por su opción sentimental más que sexual. Por eso, si algo aprendieron los alumnos del profesor Óscar Amalfitano fue “que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedras en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.” (p. 146).

 

 
© Lenin Pantoja Torres, 2011
 
 
Lenin Pantoja Torres: (Lima, Perú - 1988). Estudiante de Literatura de la UNMSM. Formó parte del comité organizador del concurso de cuento y poesía Manuel Scorza, de las tres jornadas iniciales de los recitales Ese puerto existe, también del Congreso sobre Literatura y Violencia Política. Homenaje a Óscar Colchado Lucio. Actualmente colabora con textos sobre literatura y cine en los blogs Germinal y Textura artefacto. Asimismo, se desempeña como Orientador en la Casa de la Literatura Peruana y es el administrador de la bitácora de la revista virtual El hablador.
 
 
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Comentado por: Nicanor
 
 
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