Enrique Sánchez Hernani

José Carlos Picón

Pablo Salazar Calderón

Jorge Alberto Collao

Néstor Málaga

John Cuéllar

Daniel Alejandro Gómez

Elena De Yta

Raquel Morán Sernández

Claudia Salazar Jiménez

Tomás V. Richards

Pedro E. Moreno-Vásquez

 

 

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José Carlos Picón

por José Carlos Picón

 

1

Debe ser que cuando uno espera el momento —sospecho, en realidad, no lo sé—,
                        Siempre se va
                        Como hacia las cuerdas, como flojo boxeador
                        Borracho disidente involuntario
                        O demora más de la cuenta en barrer unos cuantos papeles del piso

Nadie tiene una respuesta exacta a esta forma irremediable de asesinarse
            Brillantemente
                        Como manzanas de verano

En el paradero, sentado en la banca a punto de caerse
            Comienzo a observar el latón del techo,
            Cómo muestra verdoso el óxido y algunos graffitis de escolares pandilleros
            E inicio un conteo que empieza en el año en que nace mi impureza
            En el año que emerjo de la luz para convertirme en efervescente esputo del
cosmos

 

2


Era el centro de la casa donde yo habitualmente
                        Gritaba
                        & desprendía de las paredes el papel tapiz, las costras de pintura

Porque la ira se lamentaba cada vez que caía por los muebles, de mí lejos

Tenía que estar junto a la locura durante el tiempo en que sacudía el amor de todos los padres & las mujeres que daban todo de sí

Pero la agonía tiene un grito superior & es macabra

No bastaban las tardes limpias ni las sonrisas de los niños que pueblan todo lo largo del día
No bastaba el calor de la cocina

Mi vocación destructiva iba surgiendo en espiral arrancando de las multitudes cuerpos destrozados, explosiones de tierra & sangre
                                                                       Todo tipo de oscilaciones

No supe gritar bien
No supe amar & encendí una llama inextinguible

De los vestigios de las arquitecturas emergía como un reflejo mi fantasma, como una masa de metales retorcidos, pelos & brea, mi desesperación

Aparentemente nadie hacía caso a mis ondulaciones ni a los matices que enrojecen a las mañanas cuando uno despierta acogotado por verdugos de hueso sin ropas

Por ello convertí todo en una hecatombe, para ejercer el poderío del silencio & de la muerte a través de mis extremidades que iban fracturándose & rasgándose, hasta quedar en filamentos de negrura, de enfermedad, nervio hondo de magulladuras en las entrañas de la Virgen

Una decisión se toma como una copa de pisco, se toma como a una mujer que ha perdido la dignidad, una decisión, en lo alto de los edificios, en el borde de un puente, enfrente de un vaso de bebida & veneno,

Sin embargo, no se puede permitir que los abisales ecos de un cuerpo avinagrado, su alarido, sus hebras de músculo, las llagas, arraiguen en los sitios amados, en los rostros

—eso es prácticamente imposible—

Lamento tener que decir que lo que hoy bulle —moho en pedazos de pan— es carne que desciende de las espigas confundidas, de los sueños, de los disparos cuando rugen las violencias, de los espejos velados de mi madre, del oscuro deseo de ser comprendido, de las laceraciones en un monte por la salvación de los sinsentidos

Veo por la ventana & escucho música, no me queda mucho más

& era el centro del hogar el permitido para las piruetas —que ahora gozan de un entierro apoteósico en las lápidas en un bosque de olivos—
& era el centro el que recogía los quejidos de todos los animales atropellados, de los bultos de ropa de los enloquecidos en la esquina, del bizcocho duro junto a la taza de latón en una ventana de hospicio

Tomé una decisión errada, tomé muchas pastillas

Las campanas predecían un vuelo no necesariamente sonoro, mas sí despistado, lleno de plumas que van cayendo lentamente en la hierba del parque, hace muchos años ya, como cae de los brazos de una madre agonizante, un niño

& así por la desdicha la tarde está de duelo porque ha muerto una noche, ha muerto blanquecino sin ser recordado por las calles, un verdadero hombre que no quiso reconocer su voz
           
            No hay piedad ni conmiseración para este ser, por eso, acuéstome sobre la gamuza oyendo mi propio latir, contando la savia de mi vida, la desaparición casi instantánea de esperanza, el sabor amargo de saberme vivo pero muerto, la oculta música desde los suelos que entre sus compuestos fermentan la piel, corazones & esqueletos de las aves
    

 

3

Mírame debajo de esa ventana como un vidrio roto que no llama la atención de nadie —mírame por fin como si en verdad tuviera la vida que me otorga el brillo de aquella lágrima—

            El llamado es prolongado
                        E incesante como una rama que es arrancada por una fuerza terriblemente
                        Desconocida

Bueno,

La idea no va por ahí

Tan solo busco reunir el por qué me encuentro esperando algo que jamás vendrá y que ocupa junto a los boletos de la combi una parte importante de mis bolsillos
                        Y de mi corazón —lo peor—

Hasta ahora he pintado algunas bancas con un nombre que es sonoro pero no se si es tu nombre

En realidad sí quiero que me mires, pero con la firmeza con que se besan dos hojas que caen en un pavimento descascarado

                        Pero dónde estás

Esta sopa ya tiene muchas costras de grasa, la he dejado enfriar, mejor me voy…

Algo gimotea en la palma de mis manos y es aquella canción de Bob Dylan que jamás escuchamos    
            Gimotea porque es vibración pero no es la fuerza

La fuerza está viniendo del fondo de la calle y no tiene nombre
                        Solo se bifurca y hiere los ojos, aprisiona el pecho, lo lanza de un lado a
                        Otro
                                    Lo destruye

                        Y aquí en mi océano de cosas sin resolver, nuevamente

                        Llamo a cualquier lado
                        En un grito espantoso
                        en una lenta fila de augurios que no tienen interpretación

 

4

Si me precipito es posible que la marea pueda aún estallar en mi boca
            Como dulce de leche o caramelo

Sin embargo, durante el rodaje de ésta, mi película aleatoria, estiro todas las cuerdas del espíritu
            Y veo cómo se cristaliza mi alma en golpes escupitajos y tragos

Pero no se olviden,
            De alguna manera mi puesto de vigía solitario sobre el torreón del cerro de cementerio tiene una correspondencia
            —la misma que renace en el estallido lúbrico durante el nacimiento de un nuevo
                        ser—

y es importante, además de sacudir los cabellos cuando el sol se oculta debajo de las mesas, es importante,
            estremecerse con la batalla campal entre una paloma y sus congéneres

ir más allá, a lo lejos, como entre aquellos árboles en los que se sumergen algunos eremitas
puede ser una actitud
            una actitud de luz pero jamás de sombra

“no sé si me dejo entender”

la luz tanto como la sombra cumplen un rol, un rol que bien configurado establece un equilibrio

¿qué tiene que ver eso con poesía?

Bueno,
al final de cuentas,

                    el humo de todos los cigarros vale aún más que el llanto sumido de las
                    estrías interiores, del divino juego, de la estridencia de lo concreto.


© José Carlos Picón, 2008

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José Carlos Picón: (Lima, Perú, 1979) Promotor cultural y periodista. Estudió Ciencias y Artes de la Comunicación en la PUCP. Su primer y único poemario se titula Tiempo de veda (2006). En la actualidad, viene preparando una plaquette y su segundo libro en verso.

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Para citar este documento: http://www.elhablador.com/poesia15_2.html
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